Tener que emprender la tarea de hacer las valijas es unas de las acciones más gratas cuando preparamos un viaje. Por vacaciones, visita de familias, todos emprendemos alguna vez la tarea de partir hacia algún lado. Pero al llegar al aeropuerto, después de que nos ayuda a despertarnos el taxista que tocó 15 veces el portero eléctrico, nos encontramos con una realidad ajena a lo pensado. Películas como La Terminal de Tom Hanks reflejan lo que viven miles de pasajeros, cada vez con mayor frecuencia, en los aeropuertos argentinos.
Al llegar a la estación área lo primero que uno hace es revisar si uno no olvidó los pasajes. Se instala en la fila y espera pacientemente. Es temporada de invierno y el frío consume los huesos. Al llegar al mostrador informan que el vuelo está demorado. Jamás cuanto hay que esperar, simplemente es una contestación seca lo cual hace presagiar una larga estadía.
Las causas tampoco son claras. Uno se va enterando de a poco de lo que sucede. Primero las condiciones climáticas, luego algún otro vuelo que salió tarde de otro destino, para más tarde enterarse de que el sindicato de maleteros está en huelga, seguro mañana será el de pilotos y pasado el de azafatas. Al tomar conciencia, entiéndanse dos horas después de que no hubo novedades sobre salida alguna, la espontánea rabia, pasajera, comienza a tomar posesión de cada músculo del cuerpo.
Como un hombre desinformado, después de consumir el diario gratuito, que por cierto era para leer en el avión y que tampoco dice nada sobre las pretensiones de los maleteros, pasar a beber o tomar un café se constituye en una fuerte inversión monetaria por los altos costos de las confiterías que a precio dólar despliegan sus mejores ofertas. Si se consigue una mesa no queda otra opción que asumir el riesgo y pedirse un buen tostado. Ya llevamos 4 horas y uno pasa del nerviosismo a la desidia. Los fumadores corren a la vereda.
Es curioso, pero en situaciones como estas gana la solidaridad. Los demás pasajeros como cautivos del Dios Mamón de los bares y de los maleteros que a esta altura deberían ser excomulgados del paraíso al que pertenecemos los que deseamos viajar. Esta asociación espontánea, comienza siempre con un comentario en contra de la empresa para dar lugar a otro hasta encadenar una seria de oraciones que a las 5 horas ya no tiene más sentido. Pero hay una suerte de humanidad en el aire y uno hace nuevos amigos, efímeros por cierto, pero unidos al fin por un mismo objetivo: golpear a los voceros de la aerolínea y llegar a destino.
La ira se desata cuando la hermosa representante de la empresa, que exhibe su nombre como una idiota útil expone de memoria los argumentos de la empresa y deslinda de responsabilidades a sus superiores quienes la enviaron para recibir la catarata de insultos. Mientras en la pista los malditos maleteros desafían las autoridades con gestos propios de la hinchada del Club Chicago. Una escena propia del Dante. Las puteadas son una sola voz, un cuerpo colectivo y eso nos mantiene humanos. Somos humanos y no el número de ticket. Casi que le exigimos al capitalismo nuestra correspondencia con el género de carne y hueso.
A las 8 horas, luego de perder el efectivo en sándwiches, gaseosas, cafés y chicles, caminamos todos enajenados por los pasillos del aeropuerto reconociendo sus graffitis, la silla rota y otros detalles absurdos. Reconocemos al mismo nene, al hombre de bigotes de Comodoro, a la embarazada de Salta y así es como dejamos de ser un ticket y pasamos a tener nombres y apodos. Inventar historias en estos casos es muy divertido. Algo de eso intuyó Cortázar con su autopista famosa.
Con el saco arrugado, las piernas entumecidas, el aliento a tumba, sentados en el piso, por fin el altavoz anuncia la partida de un vuelo con destino a Río Gallegos. Los abrazos, los besos, despedirse de todos. Cuanta alegría. Inmediatamente formamos en fila india, la solidaridad desaparece, ahora es cada uno con pasaje en mano y documento, es uno solo por asiento. Nuevamente el altavoz esta vez para anunciar la salida del avión presidencial. Otra vez los de abajo debemos esperar aunque ahora surge con más fuerza el rumor de que los maleteros arreglaron. Pasada la medianoche, los pilotos inician una huelga.
2 comentarios:
releer "La autopista del sur" de Julio
la tuya Serafo es la versión moderna
escribiente patagónica
Un placer leerte. Yo acabo de iniciarme en los estudios de periodismo, pero estoy convencida de que éste no se limita a describir sucesos secamente y sin más.
Me ha gustado mucho esta entrada, me encanta viajar y me he reconocido en cada descripción.
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