sábado, 30 de abril de 2011

"Lo sagrado de las pequeñas cosas" - Breves palabras acerca de Ernesto Sábato, desde el Círculo de Escritores del Comahue-

Por Santiago Ocampos


Ernesto Sábato fue un hombre a la altura de su tiempo, un soñador con los pies en la tierra. Su trayectoria está signada por decisiones trascendentales, que a la vez lo vuelven un profeta. Haber tenido en sus manos la bomba atómica que después se usó en Nagasaki y Hiroshima lo marcó para siempre. Un poco de ese Sábato físico, de laboratorio, voló por los aires en Japón y con esos huesos, de aquel agosto del 45, decidió, sin más amor que el de la palabra, escribir a favor de la naturaleza humana sin miedo a la muerte.


Quienes leímos con pasión sus libros, en nuestras horas adolescentes, adultas, nos enfrentamos de golpe con nuestras propias esperanzas, oscuridades, fragilidades, recorriendo laberintos y lugares y sentándonos en un banco de Plaza Lezama para entenderlo. Darnos cuenta de nuestras propias miserias, incapacidades y de lo mucho que todavía nos falta para hacer una sociedad justa no es tarea fácil. El escritor hacía que tomemos conciencia del valor de la palabra por sobre los actos de prepotencia, que avasallan nuestra dignidad, contra los que necesitan levantar la voz para imponerse por la fuerza del dinero.

Ernesto Sábato nos enseño un camino para la paz y la concordia. Existencialista, ateo, hacedor de lo sagrado de las pequeñas cosas cotidianas, leer para él era un gesto a favor del género humano, porque pensaba que  el encuentro con los otros  salva, abre la integridad del alma y nos permite vernos en un espejo.

Muchos pensarán que sus libros hablan de la oscuridad, de cosas macabras, de pesadillas inabordables, de ciegos, de informes, de procesos, de amores contrariados; pero cuando el maestro escribe sobre esto lo hace para enseñarnos el camino de la luz, para hacernos tomar conciencia que nuestra existencia, aún estando sumergida en el ahogo de la propia voz, siempre tiene salida porque existe el amor, la espontaneidad del abrazo. En esto se visualiza esa Fe demencial que tenía por creer al hombre capaz de la solidaridad.

Acorde a su pensamiento, decidió enfrentarse y ver el horror de la última dictadura militar, cara a cara, aceptando participar de la redacción del Nunca Más. Asumió la tarea con valentía y no renunció, ni claudicó. No necesitó falsear la historia  para escribirla, lo que habla de su coraje. Su encuentro con el testimonio del dolor le permitió comprender, llorar, creer más. Trabajar por la justicia era hacer lo que pensaba porque su corazón buscaba como un náufrago el calor de la vida.

Escritor de oficio, de trabajo, obrero de la expresión precisa, Don Ernesto Sábato nos deja con una gran responsabilidad, una tarea titánica por cierto, la de retomar sus libros, todas sus palabras y hacerlas florecer, para que podamos tener la valentía, que el sí tuvo, para construir una sociedad justa, más humana, que recupere el valor sagrado de la amistad, de la conversación, de la dulzura, de la política, de la existencia misma.

jueves, 28 de abril de 2011

Amparo (El Eclipse voraz de una tragedia encantada)

Por Santiago Ocampos
(Poema de mi primer libro escrito a los 18 años)

Amparo sutil,
caminante despojado,
gotas piadosas,
manos de miel.

Amparo brillante,
oscuros desencuentros,
aguacero sin cielo,
senos de acuarela.

Amparo temeroso,
laberintos sensuales,
tormentas profundas,
arpegios de mujer.

lunes, 25 de abril de 2011

Hoy se fue un grande: Gonzalo Rojas, poeta chileno

Retrato de mujer

Siempre estará la noche, mujer, para mirarte cara a cara, 
sola en tu espejo, libre de marido, desnuda 
con la exacta y terrible realidad del gran vértigo 
que te destruye. Siempre vas a tener tu noche y tu cuchillo, 
y el frívolo teléfono para escuchar mi adiós de un solo tajo. 

Te juré no escribirte; por eso estoy llamándote en el aire 
para decirte nada, como dice  el vacío: nada, nada, 
sino lo mismo y siempre lo mismo de lo mismo 
que nunca me oyes, eso que nunca me entiendes nunca, 
aunque las venas te arden de eso que estoy diciendo. 

Ponte el vestido rojo que le viene a tu boca y a tu sangre, 
y quémame en el último cigarrillo del miedo 
al gran amor, y vete descalza por el aire que viniste
con la herida visible de tu belleza. Lástima 
de la que llora y llora en la tormenta. 

No te me mueras. Voy a pintarte tu rostro en un relámpago 
tal como eres: dos ojos para ver lo visible y lo invisible, 
una nariz de arcángel y una boca de animal, y una sonrisa 
que me perdona, y algo sagrado y sin edad que vuela en tu frente, 
mujer, y me estremece, porque tu rostro es rostro del Espíritu. 

Vienes y vas, y adoras al mar que te arrebata con su espuma, 
y te quedas como inmóvil, oyendo que te llamo en el abismo 
de la noche, y me besas lo mismo que una ola. 
Enigma fuiste. Enigma serás. No volarás 
conmigo. Aquí mujer, te dejo tu figura. 


Gonzalo Rojas

domingo, 24 de abril de 2011

Nocturno

Cuando tanto se sufre sin sueño y por la sangre

se escucha que transita solamente la rabia, 
que en los tuétanos tiembla despabilado el odio 
y en las médulas arde continua la venganza, 
las palabras entonces no sirven: son palabras.

Balas. Balas.

Manifiestos, artículos, comentarios, discursos, 
humaredas perdidas, neblinas estampadas. 
¡qué dolor de papeles que ha de barrer el viento, 
qué tristeza de tinta que ha de borrar el agua!

Balas. Balas.

Ahora sufro lo pobre, lo mezquino, lo triste, 
lo desgraciado y muerto que tiene una garganta 
cuando desde el abismo de su idioma quisiera 
gritar lo que no puede por imposible, y calla.

Balas. Balas.

Siento esta noche heridas de muerte las palabras.

Rafael Alberti

jueves, 21 de abril de 2011

xxv Melancolía


Hermano, tú que tienes la luz, dime la mía.
Soy como un ciego. Voy sin rumbo y ando a tientas.
Voy bajo tempestades y tormentas
ciego de sueño y loco de armonía.

Ése es mi mal. Soñar. La poesía
es la camisa férrea de mil puntas cruentas
que llevo sobre el alma. Las espinas sangrientas
dejan caer las gotas de mi melancolía.

Y así voy, ciego y loco, por este mundo amargo;
a veces me parece que el camino es muy largo,
y a veces que es muy corto...

Y en este titubeo de aliento y agonía,
cargo lleno de penas lo que apenas soporto.
¿No oyes caer las gotas de mi melancolía?

Rubén Darío