sábado, 30 de octubre de 2010

James Joyce


Por Santiago Ocampos

Las hojas en blanco comenzaban a llenarse de nombres que eran ciudades que a la vez evocaban el olor a hierba cocida en agua hirviendo de la infancia. Olor a menta, a fosforescencia. Verdor que mancha. Epifanía del dolor. Empezaban a marchar al exilio las delicias que el tacto camino al norte imaginaba con los dedos. Hacia la Europa insular su deseo iba peregrinando por una cosmopista hecha con el dolor. Las hojas sin demora se llenaban de universidades, de mujeres jóvenes junto a un prado que hacían el amor por el futuro que les regalaba a cambio. Y rememoraba en su inventario literario el movimiento del viento contra la inspiración que crujía como una rama en la tormenta de la metáfora genial. Empezaban las palabras una a una a llenar el vacío de las almas de purgatorio. La morada del escritor era una herida abierta por el filo de un poema de Yeats. Cuchillada dulce, fría, de un pasado propio y compartido consigo mismo. Con los ojos llorosos nombraba el gentilicio de su origen. Una metáfora más y los héroes morían en el naufragio de la voz de la Irlanda que llevaban a cuestas. A Stephen Dedalus agazapado como un lobo hambriento el escritor le enseñaba la historia de sus abuelos. Y el estallido de la tinta, le plagiaba las conversaciones al tiempo. Revivía la osadía de marcharse de Paris temprano con la cabeza y escapaba a Irlanda. El escritor tenía el semblante de un guerrero. De un celta. De un muerto en vida. Cuando se sentía adolescente volvía del universo de Dublín y escribía su retrato en el vapor de la ventana. Obligaba a todos sus discípulos a conversar de Bloom, de Ítaca y de la forma de hacer el amor de Penélope. La perpetua conspiración de la palabra lo inquietaba. Con el andar épico de Whitman el escritor deambulaba ebrio por la cartografía de la Europa Continental. Cuando llegaba a Grecia le abría de golpe la boca y la obligaba al beso. Conocía cada uno de sus vestidos y edipos pero según parece la amaba más cuando se quedaba desnuda. La recorría interminables horas con los labios, toda la piel era la desventura de Ulises o Dublín descripta como el abrazo de una madre. Surcaba mares con la paciencia de un marinero por ver tierra. Los ojos verdes y al horizonte vástago de la niebla migraba al sentir la esencia del instante irrepetible. Inspirado, voraz, siempre se anticipaba al yo de carne y hueso, al hombre común que no era el fantasma. Arrodillado frente a la literatura, el niño del laberinto comenzó a madurar muy temprano y en el espejo una puerta abierta le indicaba la hora de la tarde, cuando el mundo volvía a girar para el escritor, el poeta, el inventor de libros, que iba de la memoria al presente, a la lectura diaria, al olor a mar de sus vicios literarios que lo hizo el intelectual de la leyenda, el ícono de lo indescifrable, de lo imprevisible, un ciudadano con derecho a voto en el país de “nunca jamás”.

miércoles, 27 de octubre de 2010

Amor intelectual –Comentario a la poesía de Jorge Nuñez*-

Por Santiago Ocampos

Jorge Nuñez es un escritor que combina la poesía y la reflexión filosófica por medio de una narrativa que, progresivamente, va cercando las palabras hasta hundirlas en la claridad de la revelación. De esta forma, intenta dar cuenta de lo que los sentidos han impreso al experimentar la duda con todo el peso de su reflejo.

Con precocidad la propia existencia es cuestionada en cada lectura filosófica, trazada en el mapa de la rutina para darle a cada idea con la que batalla el pensamiento su correspondencia real. Platónico por elección, divide el mundo literario en el que sus personajes viven con sus inquisiciones personales.

La ternura no es puesta en escena como una suerte de primavera, sino más bien, es una queja, una angustia, que el cuerpo reclama desde el alma hasta sentir el amor, aunque en el espejo el rostro amado se desvanezca ante el intento de arroparlo con las manos desiertas.

El encuentro de los amantes es un instante fugaz. Prima el miedo a la separación por sobre las sensaciones de placer. Siempre es una divagación constante que prevé el desenlace final, la desaparición por la boca del olvido. La mujer es una presencia fantasmagórica que se transforma en fragilidad, en tiempo, y la única forma para hacerla volver es escribirla.

El vocabulario procede del acervo de un intelectual preocupado. Muchas veces el ritmo poético está signado por el sonido armónico de la evocación del pasado que, ahogado en las delicias de la imaginación, logra volar al abrazo postergando las ansias frustradas por el deseo de alcanzar aquella joven flor platónica, por la que el mismo Jorge Luis Borges hubiera dado toda su carrera literaria a cambio.

La presencia de un alter ego hace que la narración tenga siempre una doble lectura. El verdadero yo encuentra en el otro un canal donde rendir cuentas del dolor y de la sensación de extravío, en un mundo que no comprende la esencia del poetizar. Ambos jorges buscan la dulzura profunda que solo puede fundar una mujer con todos sus cielos y todos sus pájaros.

La locura es una ruptura con el mundo exterior. Planteada desde la interioridad de los personajes se presenta bajo un silencio del que nadie se percata. Simplemente existe y las palabras que nadie escucha corren como el agua de una canilla abierta, sin poesía alguna, sin despedida. El amor, al igual que la locura, aparecen sin aviso y forman en el alma, un pueblo de flores y lágrimas que huelen a lluvia que fecunda la tierra prometida.

Jorge Nuñez recoge de la tradición literaria, el amparo de la filosofía que bebe del cuenco que sus manos forman, la épica de los sueños humanos. Con lucidez, lleva su pensamiento a la escritura para encontrar un diálogo consigo mismo, entre el personaje y el escritor y, llevarse el sol para encender la memoria que inundada de imágenes se rinde, con todos sus soldados insomnes, a la soledad.

*Jorge Nuñez nació en Cipolletti. Es estudiante de Piscología, músico aficionado, amante de la filosofía, participa en las actividades del Círculo de Escritores del Comahue del que es miembro y por el cual coordina los talleres literarios en las escuelas de enseñanza media. Para más datos del autor y su obra remitirse a www.jorgen.com.ar

Esa mueca

Silencio tengo a las respuestas

siempre que te ausentas,

si, es cierto, es otra vez el mismo poema

¿sabés que no me canso de cantártelo?


Sábanas refregan mares en honor a tu fragancia

sentirte, hoy, ayer, no importa…

Sólo quiero, que me tengas en cuenta, en tanto

sólo quiero que seas mía otra vez.


Sonríe tu fantasma… esa mueca, es inigualable,

sería una mentira que trate borrarla.

Sin opción, no queda más que rogarte

si acaso ¿no me devuelves las alas otra vez?


Jorge Nuñez

sábado, 23 de octubre de 2010

Sobre cíclopes y pájaros de nieve -Comentario a la poesía de Natalia Litvinova*-

Por Santiago Ocampos

Natalia Litvinova es una escritora que asume el oficio de la poesía para dibujar con la palabra, como si fuera un lápiz fino, cada instante de su vida. Con paciencia impone a la inspiración, el latido de pequeños recuerdos que recorren la memoria. De pronto la ternura familiar, la ansiedad, la nieve y la infancia son retratadas tan íntimamente que por un momento pareciera que estuviéramos allí, invitados a vivirlas junto a ella.

Cual si fuera Odiseo partiendo de Ítaca y sin poder regresar por la furia de los dioses, la autora descubre en cada páramo, donde todo su ser literario descansa, el sentido de lo inevitable del hambre y la ignominia de la rabia por no llegar a tierra y estar obligada otra vez a sumar, a fuerza de tedio, nombres y olvidos. Perdida en la orilla de la imaginación, construye la mirada de sí misma con “las sobras de la marea alta”.

La nieve, no sólo es un espacio evocado, si no que muchas veces es una personificación que tiene motivaciones humanas o bien, es la esperanza que se demora mientras el silencio, que significa crecer, es arropado por la figura paterna. Al final de la temporada de invierno, la niña que escribe es una mujer indescifrable, peregrina, perfumada por la primavera, que aprendió a recordar.

En las poesías, las personas siempre están llegando o yéndose. En un perpetuo movimiento el rimo poético tiene el ruido de esos pasos de seres humanos sin rostro, que no tienen retorno. Viajan como fantasmas sobre la nada movidos por lo inevitable del destino que los mueve con sus hilos invisibles. Nadie los espera en ningún lado, simplemente arrastran sus pesados cuerpos de un lugar a otro y celebran la vida “sin vino y sin casa”.

La ansiedad impresa en la metáfora denota un tiempo interior agitado. La belleza de las imágenes está empapada por el color que el alma transforma, con la prisa del invierno de Gomel, en calor y fuego que abrigan el miedo ocasional al exterior, el que desde la ventana resulta amenazante, “tridimensional”.

El deseo es un motor que trastoca la realidad al impulsar la escritura a conjugarla con sus ilusiones y sus sueños. “Voy arando campos para desentrenar los soldados de mi guerra”. La batalla del quiero y puedo es un diálogo breve que traduce lo que pasa afuera por el ojo de un cíclope mudo.

Natalia Litvinova es una poeta que esculpe con dulzura y con todos sus signos vitales alertas, ingresa desnuda a las aguas profundas evocadas por su niñez. Con audacia, la memoria, al nacer de la nostalgia, intenta volver a la realidad, a la de todos los días, a la que se niega a salir del exilio y sólo en la complicidad narrativa, deja ver su figura caminando por un desierto blanco hacia el silencio de la escritura.

Cada palabra que trae de la soga de la lengua natal encuentra, al borde del abismo de la poesía, un lugar posible para arrojar las lágrimas “como quien suelta un pájaro, un amor, una liebre” y bajar finalmente de la barca de la vida a la Ítaca personal, que empujada por la nieve y la imaginación trae al cielo inventado un par de pájaros para seguir aprendiendo a volar.


*Natalia Litvinova nació en Gomel, Bielorrusia el 10 de septiembre y reside actualmente en Buenos Aires. Traduce poetas rusos y en 2010 publicó Esteparia (Ediciones del Dock). Sus traducciones pueden verse en http://www.animalesenbruto.blogspot.com/   y sus poemas en  http://www.ciclopaenlabocadeunmudo.blogspot.com/
 
CONTRA DESIGNIO

No

hay

tierra

suficiente

para tapar el

abismo designado.

¡Igual, arrojá piedra

tras piedra hasta vaciar

el pecho. Arrojá como quien

suelta un pájaro, un amor, una liebre!

Natalia Litvinova

miércoles, 20 de octubre de 2010

Virginia Woolf me enamora

Por Santiago Ocampos

Virginia Woolf enamora. Virginia Woolf me enamora. Me lleva el amor a su lengua marina. Con su monologo empuñado por el verdor de una hoja a punto de entrar en otoño o en años la palabra es eco, esbozo, dibujo para enamorarme. Virginia Woolf enamora. En la multiplicidad de personajes el amor es un torrente de piel, de luz, de río embravecido serpenteando por el siglo, por las grietas filosóficas de Jean Paul Sastre. El orgullo habla a solas con la poesía estrellada contra los murallones. Virginia Woolf me enamora porque desnuda a la palabra frente al deseo. En un tiempo muy largo puede enamorar Virginia Woolf porque ella nació para la niebla londinense espesa como café caliente de madrugada y por eso camina por los senderos de su jardín abriendo la luz. Hacia el árbol de la memoria los niños corren pidiendo la poesía a Virginia Woolf. Ella escoge el lugar cuando me enamora y me deja tomado de la inspiración. Virgina Woolf tiene un sueño desarticulado por el lenguaje y desparrama en la prosa sus sensaciones de yo multiplicado sin sujetarse a la fantasía. Persigue el tiempo siguiendo la caricia temprana, tratando de cambiar los contornos de su propia sombra. Virginia Woolf enamora porque es verosímil, porque tallando el sol del horizonte cae con él. Virginia Woolf trae el sol cuando la mirada de uno de sus personajes la retrata con el trazo de la palabra. Virginia Woolf enamora aún más cuando atravieso la campiña inglesa a su lado soportando el cielo plomizo. La lluvia no escrita pero dicha está. Virginia Woolf también tiene una hermana, también inglesa, también argentina, también Alfonsina Storni, con quien comparte un lenguaje incomunicable, un lenguaje abrasador, y un beso que llega tarde a las gestas de sus labios. Virginia Woolf tiene pájaros, además de personajes, todos ellos juntos forman un gran ramo oloroso de colores, y en la soga de la palabra el equilibro se mece por ellos. Melancólica, abierta, incandescente, Virginia Woolf tiene su pelo negro enredado a las primaveras azules grabadas en llaves de papel. Virginia Woolf tiene la osadía de enamorarme y lo consigue. Su diálogo es el recuerdo de mis futuros años de soledad. La playa y el mar tocan la lectura, el olor salado de ese mar invoca a la vocación. Un trozo de infinito disuelve la palabra en esa espuma cercana al amor como Clarise Lispector. Otros tantos caminos. Otros tantos pedregales. Otros relatos Virginia Woolf escribe sabiendo a espuma de mar. Tiene gusto a mar cuando besa. Cuando apaga la noche y se saca la ropa de la mortalidad. Su cuerpo empieza donde empiezan sus palabras. Al compás de las olas a Virginia Woolf escribo en el espacio poético, margen estrecho donde apaciguo las aguas frías de su angustia. Su existencia acompaña mi palabra, palabra de pocos años. Virginia Woolf se entrega al amor en una sola caminata. Con sus pies revoluciona la literatura y con las manos intenta enamorarme. Virginia Woolf no tiene fronteras, tierra, ni luna, ni hombre de letras que la enamore porque su pelo negro amarra un barco abandonado. Su ropa por la tarde tiende para cambiar de personaje. De la geografía de sus palabras nuevas parte la tarde rumbo al mar y al llegar la noche la luna le ofrece su cuenco plateado para alumbrar lo escrito. En las cosas escritas hoy Virginia Woolf decide empezar a terminar su día. En el pretexto la herida se abre en el papel con su superficie rugosa, sin cura. La herida es la belleza, el trino de su alma que crece y trata de llegar por sus solas fuerzas al mar, al espejo (al menos) para ver en él el propio cuerpo mojado que la enamora. Virginia Woolf enamora. Me enamora a través de las grandes cortinas de su ventana. Virginia Woolf tiene un teatro de madera húmeda donde los personajes la reconocen, la entienden y la enamoran y empiezan a naufragar después de navegar interminables horas por su piel y finalmente caen como pétalos maduros por las márgenes de lo no escrito y devastados por la marejada ardiente ella los olvida. Virginia Woolf desciende por el vasto mediodía con sus libros a las playas hinchadas de nubes. Es el sol apenas un tajo sobre sus dedos. La ola construye la vida de Virginia Woolf desde el amor, desde sus papeles desordenados, queriendo fundar en ella algo parecido a la eternidad. Virginia Woolf es una caracola de mar por esos sus palabras suenan a algo lejano, a algo no presente. Es una mujer escrita por la urgencia de la cordura. Una mujer en la cima de sus emociones escribiendo la voz del río Ouse al sentirlo palpar el beso tibio del mar que la arrastró, totalmente desnuda, desprovista de palabras, una tarde todavía más enamorada que la mía, una mañana siguiente más enamorada. Las palabras de Virginia Woolf vuelven a dar una vuelta por el Tamesis con su padre. Virginia Woolf a su habitación deja que entre mientras escribe el futuro y por su respiración, siento bajo la yema de los dedos, como, por la palabra, su cuerpo va desvaneciéndose de mi mirada breve, violenta, fugaz y, es, entonces cuando vuelvo a amarla como ella atrapó, enamorada, esas últimas palabras, una noche, en el ramaje marino, verdoso, devastador, de su oleaje.

sábado, 16 de octubre de 2010

Los silencios de las formas –Comentario a la poesía de Erika Meier*-

Por Santiago Ocampos

Erika Meier es una escritora que plasma las imágenes de sus palabras como si estuviera pintando sobre un lienzo o creando de la nada, con sus manos sobre la materia, una forma que busca un nuevo símbolo. Su tarea artística es encontrar y romper el cascarón semántico de la palabra para darle una plenitud significativa distinta. Hacedora de la abstracción, el mundo que refleja en los colores de su imaginación intentan descifrar, sin juzgar, el alma de cada uno de sus personajes.

Con cierta premura inspiratoria, desarma sus pensamientos sobre la trama literaria en el que se reinventa con prisa, con dolor y con sensaciones confusas. Con un estilo que se acerca a un estado de ensoñación, la realidad interior es trazada por los vaivenes anímicos del amor, que ha dejado una huella invisible, cual si caminara del pasado engañoso a un futuro posible.

Las personas retratadas en estos versos giran alrededor de un mismo eje: la desazón frente a una pregunta cuya respuesta es el vacío y la ausencia. La enajenación, frente a la experiencia del dolor vivido, se hace presente con un discurso a veces ácido, que intenta escarbar en una profundidad que sólo existe por el esfuerzo de olvidar lo que alguna vez fue una oportunidad o bien una presencia concreta.

Las constantes emociones son traducidas en reflejos sórdidos, que describen el paso abrumador de la soledad que se convierte en una fiel compañía. De esta forma el sentido del poema es desnudado hasta dejarlo sin ropas; sin más que un puñado de luces que apenas crean la intimidad suficiente para una confesión.

El vocabulario utilizado puede sonar apoético en muchos casos. Sin embargo el uso de vocablos como tóxico, ósmosis, shock, son dispuestos con inteligencia y adquieren, dentro del contexto planteado y por el impulso de la autora que los hace estallar en la boca del lector, múltiples significados a la vez que el ritmo toma velocidad.

El amor es un sentimiento alienante. Se toma conciencia de él por medio de experiencias como el saberse desilusionado o bien por medio de una ensoñación. Se manifiesta espeso de lágrimas que al imprimirse en las hojas en blanco, permiten percibir el calor de sus pocas estrellas. El quehacer del poeta es escrito, narrado y descripto como el de un cronista del delirio que pide clemencia.

Erika Meier con su poetizar se sumerge en el mundo enajenado de la condición humana. En él no prima la metáfora pura, enamorada, embelesada, al contrario, lo que sus ojos nos hacen ver es la tristeza de una calle, la imagen de una mujer furibunda y la paciencia de la amante que calla y va a dejar morir su amor a un lugar solitario.

Con las estrellas brotando recién de la noche, Erika Meier no olvida la primacía de su corazón por las artes plásticas y por eso sus manos, sabedoras del oficio, se hunden profundamente en un charco de colores para comenzar a acariciar la textura de las palabras con las que va tocando la vida y que al reflejarse en la pronunciación del silencio creador encuentran en el movimiento intelectual del artista su propia forma.

*Erika Meier nació en Lima, Perú el 22 de marzo. Estudió artes plásticas en la Escuela de Artes Visuales Edith Sachs y en la Escuela Superior de Bellas Artes de Corriente Alterna. En 2008 Tranvías Editores publicó su primer libro de poemas “Contra el hilo de tu materia”. Para mayor información de la autora y su obra puede remitirse a su blog: www.erika-meier-q.blogspot.com o bien pueden encontrarla en Facebook.


Escarbo

entre mis símbolos y su simpleza

Aún sujetan mi integridad

súbitamente descarto espejismos

Invicta anudo

la corrosión

te traduce

Preciso estallido

tu custodia

frontalmente me desbarato

de tu inclemente mira.

Erika Meier


miércoles, 13 de octubre de 2010

Crónicas del exilio –Comentario a la poesía de Alicia Pereda Saavedra*-

Por Santiago Ocampos

Alicia Pereda Saavedra es una escritora del pequeño instante. Allí, exiliada por la inspiración, la realidad es transmutada por lo que pasa en su alma. En la primacía del tiempo interior su mente dibuja las geografías de todo lo que la rodea, recreando los sonidos, los olores, lo que los sentidos le dictan mientras escribe en el silencio, principal aliado, en la búsqueda de algún tipo de explicación al don de la escritura recibido gratuitamente.

Desnuda por las palabras, se atreve a emprender un camino que no ha trazado de antemano. Como una rama, que se deja llevar por la corriente de un río, su poesía es cautiva de los recuerdos y las ilusiones que se confunden, y, a la vez se transforman en metáforas sencillas que imprimen un halo de misterio.

En su obrar literario, predomina la visión en primera persona cuya característica esencial, es la capacidad de contemplar el mundo inasible detrás de las palabras. Rendida a la inefabilidad del momento, la protagonista se siente vulnerada y se pierde en la maraña de significados que terminan desenredándose hasta un final inesperado. De la sombra de la rutina, emerge de la nada, la poesía que nombra nuevamente las cosas conocidas.

En “Mi café y yo” la autora absorta, multiplica las imágenes que la retrotraen a un pasado remoto que no nos es revelado. Sin embargo, hace que la poesía se sumerja en un vaivén continuo de emociones vividas, permitiendo así que una simple taza de café, de pronto sea un boleto para alcanzar una tierra inhóspita, un lugar íntimo por el solo esfuerzo intelectual de recordar.

La lluvia aparece como un elemento reparador porque permite caminar sin miedo el recorrido imaginario propuesto. La inspiración, motivada por ella, es “una melancolía de nubes viajeras y soñolientas” que está regida por la nostalgia del amor que no está y, al que sólo podemos conocer, por el movimiento perpetuo del caer de las gotas. Lo externo y lo interno se mezclan hasta lograr fundirse en una sola imagen, la del amado perdido.

Estos estados de exilio de la vida real, acercan a Alicia Pereda Saavedra al desarrollo de una poesía intimista, que describe la maravilla del color, de la ternura, de lo humano que intenta cambiar el mundo. Cada poesía define un instante único en el que vislumbramos, dolorosamente, como las cosas se desvanecen rápidamente por algún intersticio invisible. Escribir es, en definitiva, un acto de resistencia que vale la pena intentar para detener el tiempo.

Alicia Pereda Saavedra siente la poesía como una prenda de paz que convida a los que tienen los labios dormidos, a los que tienen fiebre, a los que no son socorridos por las urgencias de la noticia. Tomada por el verso y, al igual que Oliverio Girondo, desde la “masmédula” redacta la crónica de una utopía donde “descalza su memoria” y promete a sus palabras, un viaje sobre las alas de una mariposa antes que las campanas suenen y Chile vuelva a poblarse con sus viejos fantasmas.

*Alicia Pereda Saavedra nació en Concepción (Chile). Es integrante del Movimiento Poetas del Mundo y coordina el Taller literario ALAVAL, en ciudad de Bulnes (Chile). Publicó su primer libro “Mariposas en la ciénaga” en 2009. Sus trabajos han sido publicados en las páginas de internet “Nuestro Bío Bío, tierra de encuentros” y “Vitrinasur”. Actualmente reside en la ciudad de Chillán. Para mayor información de la autora y su obra pueden encontrarla en Facebook.

 
Llegué desnudo a golpear tu puerta...(de Mariposas en la ciénaga)



Por Alicia Pereda Saavedra


Llegué desnudo a golpear tu puerta

cansado, enfermo, náufrago en la noche

con el miedo que se refleja en los perdidos,

un poeta delirante con sus alas rotas.


Llegué ante tu puerta sin más equipaje

que sueños extraños ardiendo en los ojos

sueños hilvanados con gotas de niebla

cristalizados en los pliegues de mis manos


En tu corazón aletearon sutiles mariposas

nacidas para ti de este mágico delirio

que da el saberse de la muerte salvo

y el aire se llenó de ecos extraviados

cuando tendiste tus manos al febril poeta

que te hizo verso entre sus labios dormidos

sábado, 9 de octubre de 2010

DON PABLO (El enamorado de plata Vol.1)

Por Santiago Ocampos

Don pablo tiene la voz ronca. Don Pablo tiene los ojos quietos. Posados en la lengua de mar que lo acaricia en lo invisible. En la pulsación secreta de la palabra el mar se eriza todo. Don Pablo está enamorado y no sabe por qué. Don pablo tiene pájaros de amor en la mañana gris. Se anuncia la primavera en los cuerpos violentos de la juventud añorada. Don Pablo tiene otros tantos pablos recitándole al pasado temeroso. Don Pablo inventa una cordillera para poblar de bosques, senderos el pequeño exilio. Don Pablo tiene libros abiertos en las mesas de la vida. Aún Don Pablo cree que la vanguardia es una nación. Y el silencio un continente entero.

Don Pablo no duerme porque despierta. Apoya su rostro contra la ventana fría. Húmeda. Las piedras se rinden con la sal de la ternura. Don Pablo no escribe. Don pablo apoya el país en su palabra. Lo sumerge y lo empapa con la sal, con la nieve. Don Pablo ya no inventa porque crea. Don pablo cree en el futuro pero no en la derrota. Don Pablo se muere de amor. Amores fatales le suceden uno detrás de otro. Amores que encontró en alta mar. En mitad de camino. Amores sin pan. Amores de terciopelo. Y van matándole con demasiadas respuestas y ninguna pregunta. Amores que pueden ser soñados como reales porque es allí donde queda la palabra. Porque la palabra lo tiene acorralado a Don Pablo. La palabra lo tiene apoyado a la nada. La palabra lo tira para el lado nuestro. Le quema la voz. Y Don Pablo no tiene recuerdos porque todo vive. Don Pablo tiene una canción enamorada. Don Pablo le pone pecho a las palabras por eso no gusta que tenga que callar justo ahora.

El vino se derrama a torrentes. El vino son las lágrimas de Guatemazín: el viejo rey azteca que fue saqueado, que le robaron la historia. Don Pablo siente algo parecido. La república de Don Pablo ha sido saqueada. Le cuajaron al poeta la memoria de esos bosques, de esos ríos, a Don Pablo le robaron los recuerdos y por eso busca palabras en medio de la mar. Don Pablo tiene el encuentro cerca. Don Pablo también llora. Don Pablo tiene cien sonetos y un hombre caminando dentro multiplicado de palabras que le sujeta la memoria para que no deje de escribir. Para que el recuerdo tenga palabra. Muchas. Un millar de palabras tiene Don Pablo en la boca. Un millar por decir. Don Pablo tiene una guerra civil declarada entre el quiero y la utopía. Y Don Pablo se muerde los labios. Se deja mirar por esa ventana. La madera rústica cruje sonoramente como un pena larga. Parece que va a escribir.

Don Pablo se abriga. Hace frío. Llueve. Llueve. Llueve. La lluvia presagió a Don Pablo antes que emprendiera camino atravesando la poesía de norte a sur. La lluvia tejió los amores de Don Pablo. Él la recuerda con cariño. Le da su mano a la lluvia para limpiar el polvo viejo de los siglos. Don Pablo le tiende a la lluvia su amistad. Pareciera que fueran uno solo. La lluvia y Don Pablo son un solo cuerpo divino. Como si de esas gotas frías bajaran las palabras. Como si la lluvia le estuviera diciendo a Don Pablo todavía. Como si Don Pablo creyera todavía. Porque Don Pablo no puede sostenerse. La lluvia sigue hablándole a Don Pablo como si todavía estuviera vivo. La lluvia tiene poemas. Poemas hermosos que sólo dejo leer a Don Pablo. La lluvia se llamaba Pablo Neruda. Neftalí Reyes era otro hombre. Otro hombre que no conocía como se llamaba la lluvia. Otro hombre que asumió ser poeta cuando la lluvia lo encontró palabrado de amor. La lluvia le tendió primero el abrazo. Le presto la lluvia su nombre y algunas palabras que Neftalí supo que no le correspondían.

Don Pablo tiene los ojos cansados. Don Pablo esta abatido. Tieso. Los músculos dormidos. La boca seca. Don Pablo tiene el papel en blanco. El aguacero cae. Cae eternamente. Brota el aguacero y llueve el papel. Llueve sobre el papel sobre las hojas secas. Amarillas. Grises. Marrones. Don Pablo perdió el sueño de tanto no hallarlo en los últimos meses. . Al menos lo que no lo olvidaron. Don Pablo sabe quienes no lo olvidan. Don Pablo tiene las amarras del olvido. A Don Pablo ese olvido lo espera en el muelle. Los mercaderes de la cruz peregrinan. Isla Negra se viste. Se pone el traje. Se ajusta los botones. Bosteza. Siempre es la barca de Machado, Lorca, Manrique. Siempre la elegía para la despedida. Don Pablo no quiere eso. Don Pablo tiene los remos. Las palabras. Las mujeres. Don Pablo tiene la memoria y eso le es suficiente. Y va respirando lentamente acompañando el viento de Isla Negra. Cada vez más despacio va dejando el aire su huella de palabras tibias sobre el futuro.

miércoles, 6 de octubre de 2010

El movimiento pendular –Crítica literaria de El Viaje de Rady Scott de Mohamed Bouzitoune*-

El Viaje de Rady Scott de Mohamed Bouzitoune es una novela característica del género policial. A lo largo de diecisiete capítulos se narra un fragmento de la vida de Rady Scott, el más importante, el que lo convertirá en un verdadero hombre. Este joven inglés emprende un viaje que lo enfrentará a acontecimientos imprevisibles, al igual que Telémaco el hijo de Ulises, y que lo obligará a romper ese halo de fantasía creado por sus ilusiones de sentirse libre.

El ritmo de la narración es el de un constante movimiento pendular en el que oscilan imágenes cotidianas y familiares, en las que afloran los sentimientos del protagonista sembrando indicios. Al mismo tiempo, aparecen los diferentes hechos que tensarán la cuerda del nudo argumentativo y nos sumirán en la perplejidad. Este ritmo de escritura nos permite ir adentrándonos lentamente en la historia, logrando así que la intriga crezca hasta dejarnos exhaustos y arrojados sobre la arena. Tanto Rady Scott, como nosotros lectores, compartimos la misma incertidumbre de lo que puede suceder.

Como un pequeño titiritero, el autor enhebra con inteligencia cada suceso, aún los que parecen más fútiles y, sin embargo, esconde las llaves del próximo acontecer que, precedido por una calma semejante a la que vislumbra una tormenta, muestra todo su significado sin perderse en el rompecabezas semántico planteado. En algunos momentos podemos sentir la palabra cubriendo nuestra ansiedad con su abrigo de incertidumbre.

La niebla es un elemento significativo, en algunos capítulos, al confundirse con los sentimientos propios del protagonista. Definida como “red infinita tejida con las alas de la mariposas que mueren volando” la niebla hila, junto al tiempo, la historia hasta su desenlace final. Al ser también una suerte de ensoñación ordena lo acontecido y permite comprender el estado anímico de Rady Scott.

La libertad es un tema recurrente, su impulso es el que empuja la narración con sus alas. La sensación de poseerla motiva a Rady Scott a desatarse de sí mismo y a comenzar una aventura propia, que intentará satisfacer su felicidad ante la negación de un capricho por parte de sus padres. Lejos de su tierra natal aprenderá el valor del sacrificio, de la dignidad e incluso de la amistad. Y finalmente aprenderá a vivir el amor en toda su magnitud.

Con sorpresas y relatos especulares, la trama va tocando temas muy profundos como la envidia, el significado del mal, los valores familiares y las reflexiones en torno al sentido de la vida en interminables caminatas. Se cuestiona la eterna utopía de intentar seguir siendo niños sin que el tiempo pase. Eterno pensar del alma poética que debe obligarse a crecer para salir del cascarón de huevo.

Cada escena de este libro, es construida al decir de Joan Manuel Serrat, “a golpes de sol y de agua”. El idioma español es enaltecido bajo las manos de este hacedor de historias que con metáforas exquisitas y admirable precisión nos conduce por los caminos de Rady Scott. Con un vocabulario práctico y sencillo la memoria dibuja el mar Mediterráneo con todos sus soles y lunas logrando así que el rumor de las aguas contra la playa acompañe la lectura a lo largo de las páginas.

Mohamed Bouzitoune es un escritor inteligente, que por medio de una prosa prolija desata sus imágenes como un vendaval de palabras que ordenan en secreto sus sueños. Con conciencia del oficio de narrar, este poeta invita al lector a armar el rompecabezas que su mente imagina, aunque sin indicar cuándo empieza el juego.

La poesía es utilizada para describir los anhelos de Rady Scott y las maravillas de la Isla de Mallorca. Sus paisajes encierran en su intimidad la noche que Mohamed Bouzitoune decidió emprender un viaje a la literatura, sin boleto, sin ticket, pero con una idea primordial, traer a nuestros días la historia de un joven inglés que por la ventana de la bitácora de un barco, era impulsado a soñar y seguir su rumbo por otro joven escritor, que muy despacio, a medida que lo iba reflejando en el espejo de su imaginación, lo hacía partir de un puerto inglés para encontrar la madurez de su estilo.

*Mohamed Bouzitoune nació en Nador, Taza, Marruecos y reside en España desde los 15 años por motivos económicos. Sus trabajos de camarero en diversos hoteles no coartaron sus ansias de escritor infatigable cuyo resultado fueron innumerables relatos. Tras 3 años de intensa labor “El viaje de Rady Scott” vio la luz entre sus manos. Actualmente reside en Puerto Pollensa, Mallorca. Para mayor información del autor y su obra pueden visitar su blog: http://mohamedbouzitoune.blogspot.com/ y también pueden encontrarlo en Facebook.

sábado, 2 de octubre de 2010

TIEMPO EN FUGA –Comentario a la narrativa de Sandra Ávila*-

Sandra Ávila es una escritora obsesionada por el tiempo. La brevedad de sus relatos hace que esta fijación, por la secuencia temporal, logre generar un clima de total incertidumbre. Las alusiones, al momento de la narración, son constantes e intentan hacer perder al lector en una espiral de hechos, que muchas veces no se suceden unos seguidos de otros.

La trama es sencilla pero no por eso pierde calidad y dramatismo. Al contrario, al sumergirnos en la subjetividad de los personajes, nos hace pensar en una reflexión en la que dudamos del mundo en el que afirmamos los pies. Al mezclarse las sensaciones del que narra y del que agoniza, el desenlace se torna tan inesperado como su posible explicación.

Otro de los ejes importantes, para la comprensión de los micro cuentos, es el destino. El punto de llegada de la narración no es un lugar físico, sino justamente una construcción mental que vuelve al principio del relato. Este retorno nos encierra en la subjetividad del narrador, por lo que quedamos cautivos de sus impresiones del hecho acontecido, lo que abre el juego a otras posibles versiones.

La indagación es constante y se vuelve asfixiante para quien intenta desentrañar el misterio, transmitiendo al lector su propia angustia perdiendo así su omnisciencia. Al librarse las posibles interpretaciones el texto se enriquece y obliga a releerlo ante la multiplicidad de significados planteados en una extensión breve.

En “Álamo de Otoño”, el protagonista que cuenta la historia recrea en su mente el suicidio de una mujer. Al ver el cuerpo imagina las situaciones que llevaron a esa persona a tan drástica decisión. En un viaje mental y a través de diversas conjeturas reflexiona sobre los motivos por los cuales una persona pudo poner fin a su vida. Al mismo tiempo que piensa los hechos estos suceden realmente.

Este cuento corto nos pregunta a nosotros lectores si lo que vivimos es una realidad concreta o bien una ensoñación. Claramente esta división se traduce en una pregunta sin respuesta, a lo largo de lo descripto, que no encuentra otra explicación más que el misterio y el eco del silencio.

Sandra Ávila es una joven autora argentina que apoya las palabras en el papel con mucha frescura. Su voz es una reflexión y una búsqueda por la expresión precisa. Avanzando a paso firme por develar el propio misterio de su yo escritor que vive y sueña, escribe no sin temor pero con audacia y con la prisa del que canta por amor la palabra y encuentra ese segundo de inspiración por el que deja esta vida para ir tras los mundos que su imaginación le pide crear.

*Sandra Ávila nació el 21 de julio en Buenos Aires. Publicó en diversas antologías nacionales e internacionales. Fue distinguida con el premio Valentín en el concurso "Escribí una carta de amor" de Pehuajó, Actualmente participa en el proyecto "100 bosques Ibéricos" con el fotógrafo y documentalista español Kaiko. Para mayor información de la autora y su blog remitirse a www.almadesnudasandra.blogspot.com