Por Santiago Ocampos
La trajeron de afuera, pintada con gajos, de negro, de blanco. Inhóspita alma desparramó la saliva del deseo, cercano al trigo, a la cebada, a lo compartido. La trajeron amarrada a los barcos, amarrada con grillos al océano, marginal, de tiza la tierra de su cuero. Gira, rota, un solo movimiento terrestre tejió la otredad de su idioma. La empapelaron. La embanderaron con un gajo de sol amarillo. Un tajo de noche dura en la boca fue nombrarla. El paradigma. La bandera en el mástil de un patio de escuela de inmigrantes un fin de semana fue. Por su cósmica prudencia anudó al paño frío calmando la fiebre. El cuero chifló al sentir lo inefable golpear contra el techo de un galpón abandonado. El vocerío ausente. Con el silencio de las viejas literaturas la Europa su piel tiñó. Oscura como las manos que la trajeron llegó. Entre las sábanas de un mar recordó su identidad. La concupiscencia desordenada. La pasión solitaria. En un baldío de San Telmo, el barrio, enrejado de niños, abrazó su precoz esperanza. Por el ruido de un barco la trajeron. Anunciándola. Pidiendo una historia. Un baile. Al sueño llegó y por sus líneas un río surcaba. Un pájaro de humo una noche le cantó el destino y la táctica del malevo. La enamoraban. La vistieron. Al tocar los pies de la generación la cortesía perdió y bajó por las cinturas endiabladas del puerto buscando la licencia para escribir tango. Espíritu de bandera. Geografía de un largo dibujo de luces. Por el campo cabalgó vestida de mujer. De noche abrió las estrellas como si crecieran en el suelo. La belleza de lo imaginado su rumbo fue. Cálida mujer que abrasa al poeta. Por su superficie la soledad del poeta rodando va. La ley del puerto ejerció su influencia. El cielo a la perfección. Una caricia como bandera por flamear. La sombra del hambre. La plenitud. El capricho de una mujer ausente tiene. Por el suspiro enamorado su cuerpo caminó por el alma de los olvidados. Volviose una conspiración secreta. Una penumbra trajo el puerto para el futuro invierno. Adivina. Por la puerta argentina pasó como un ángel soportando su propio peso. Vino. Pólvora. Coraje. En la pobreza aprendió a peregrinar. En el hombro de San Antonio bautizó el río y entro con él vestida como estaba. Lo místico le fue ajeno. En la respiración afiebrada de un rufián encontró abrigo. La vanguardia en ese beso de abajo encontró la respuesta. El populismo le enfrió la garganta una noche del Cuarenta. Durmió afuera. Debajo de los viejos tablones. La miseria en el amor la dejó colgada en un armario. Al vicio y al alcohol volvió a sobrevivir. En la geografía del placer sus ojos construyó y crecieron sus miradas y tuvieron representantes en Buenos Aires. Empantanada de lluvia, sudada, mezclada, por el fragor de su lucha personal con el mar. Los hombres la cuidan y su rumor tiene algo de Lorca. Rumor a flor. Primavera marina como imagen física de sueño desvelado. La luz del día trajo. Un pasaje de Buenos Aires al borde de la pluma de Borges son todos los cuentos invocados por su deseo. Como si una piedra intentara llegar al cielo en la rayuela para robarle una obra a Shakespeare la gambeta criolla nació. Literaria. Humana. Enamorada. Puta. Mujer de la tradición pictórica de Monet. Americana, no inglesa. Colonia de nubes los habitantes de su queja. Gemido violento de un gato en celo. Sacramento portugués y del norte argentino. Música de raíces limítrofes al cielo. Secreta y con alma. Mensajera del Olimpo. Escuchó en un fogón la guitarra templada por las manos de Martín Fierro y tuvo dudas de donde era. Hojas de eucaliptos el amor de su filo. Besó a sus hijos en el crepúsculo de Discépolo. La guapeza formó en los establos oliendo a crin. La mujer le endureció todas las palabras escritas. Virginal. Nueva. Escritor joven a punto de publicar su primer libro. El duelo de cuchillos su textura de hombre afinó. La encrucijada del pasado los junta en el fuego de un papel en blanco. Sale de casa. Montando una bicicleta. Agitando el aire. Cubriéndose el frío. La crudeza invernal. Atravesando la calle como si cruzarla significara llegar a América. Como si brillaran sus ojos. Algo particulariza el andar. Algo de niñez. Algo de infancia recuerda. Sus sensaciones en la epidermis de la magia. Hasta sonríe al quedarse detenida. El trozo de día atraviesa apretando los dientes. Furiosamente. Con rabia pedalea la palabra. Una batalla. Con los pelos la frente tocando. Una partida de ajedrez a la ansiedad. Los dedos tajados por el amor. Debajo de su brazo va. Caliente. Ardorosa. Poética. Ensalivada. Pájaro. La ilusión la toca y aprende con ella en un patio de escuela. La trajeron de afuera. Del otro lado del surco. Del otro lado donde el pibe juega, con hambre y escribe y piensa alguna vez con ella tener una historia, y retorna a su corta edad y vuelve a escribir, y sueña y la toca y la envuelve en las sábanas de la noche y piensa otra vez que la piba de la bicicleta será como ella.
1 comentario:
empiezo de nuevo SOS PARIENTE DEL PULPO PAUL? porque las pegas todas QUE LINDO BLOG? por que no pones el texto viejo del Diego? digo asi no quedan en el anonimato tus profecías
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