miércoles, 23 de enero de 2013

Silvia Hopenhayn

Usualmente los escritores somos de hablar mucho, tanto es así que escribimos muchas veces con las palabras que sobran de las sobremesas políticas, familiares o aquellas que quedan al borde del amor.


por Santiago Ocampos
La Feria del Libro es una de esas ocasiones para intercambiar palabras, oraciones, y gestos de admiración en las que es bueno dejarse llevar.
Recuerdo ese sábado, ya iba siendo una costumbre el dormir poco. Son 10 días donde uno apenas cierra los ojos para volver abrirlos. El cansancio se siente más al inicio de la jornada que hacia el final. Como primera experiencia, en materia de organización, las cosas salieron bastante mejor de lo que uno pensaba.
Silvia Hopenhayn y su marido Carlos García son dos personas entrañables, maravillosas. Parecen reír y cuentan la epopeya del viaje, esta vez en mi memoria. Escala inesperada del avión de ida en Bariloche, y las interminables horas de viaje contadas con amabilidad y con el permiso por empezar otra historia. El escritor entra y sale de espacios nuevos materiales o inmateriales, los reconvierte, conquista aquello que no se ve, o bien que no se quiere ver. Va más acá o más allá según las circunstancias. La escritura es moverse, saltar, reconocer mil veces.
A todo esto me parecía poco creíble estar con tres personas tan increíbles al mismo tiempo. A Silvia la conocía de la tele, de las entrevistas de Canal á, asombra la delicadeza para esgrimir la palabra precisa. Me encontré un momento con muchos recuerdos que fueron abruptamente apagados por el hambre de Juan Sasturain que pugnaba por un lugar para comer un buen bife o al menos algo similar al deseo de las poesías que nos leería al día siguiente, pero eso es otro relato.
En el almuerzo compartimos más y más palabras acerca del amor, el vino, los frutos rojos y otras cosas cercanas al psicoanálisis nuestro de cada día. La vida está siempre más cerca de la poesía que de la propia realidad cuando nos obligan a saltar calles en días de lluvia o cuando guardamos en un frasco rayos de sol para seguir creyendo. Lo bueno es tomar conciencia de los privilegios que a veces, sin merecimiento, tocan y como vienen no se pueden rechazar, hay que pasar y punto.
Luego los acompañé hasta el hotel. Los cuatro parecíamos vecinos de la ciudad comentando y profundizando más sobre diversas e interesantes cuestiones del psicoanálisis y Juan Sasturain me daba consejos sobre la función pública y hablamos también de literatura, porque en ese momento éramos parte de ella, hablábamos de ella dentro de ella, como un niño se comunica con su madre dentro del vientre.
Al llegar al hotel los despedí hasta más tarde. Silvia es una mujer que encuentra las palabras, no necesita buscarlas, siempre son ellas las que la ven y la siguen, a veces son preguntas; trabaja la literatura con la paciencia con que se extraen las semillas de un fruto, una a una las semillas van encontrando sus manos y no al revés. Como un barco es arrastrado a la orilla por las olas, así van las palabras a ella y ella, al igual que los bardos de la Antigua Grecia, luego de encontrar todas esas palabras, las devuelve al mar para que sigan viviendo, saltando como peces de colores iluminados, indefensos, alegres.


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