Por Santiago Ocampos
Benito Pérez Galdos en su discurso, en la Real Academia Española, con motivo de su recepción, en 1897, manifestaba que “…Se puede tratar la novela de dos maneras: o estudiando la imagen representada por el artista, que es lo mismo que examinar cuantas novelas enriquecen la literatura de uno y otro país, o estudiar la vida misma, de donde el artista saca las ficciones que nos instruyen y embelesan. La sociedad presente como material novelable (…) “.
El genial autor español, de obras como Trafalgar, Marianela, Misericordia, describe en estas líneas muchos conceptos del movimiento literario decimonónico denominado “Realismo”. Estos conceptos serán tomados por Tom Wolfe para fundamentar e intentar definir el Nuevo Periodismo.
Para lograr una mejor aproximación a la obra de Truman Capote, tomaré de su libro un fragmento. Como un médico separa del conjunto del cuerpo una parte del mismo para llevarla al laboratorio, tomaré del libro A sangre fría precisamente esto, un fragmento, el primero de todos, la primera pincelada del escritor.
Los escritores realistas escribían con los cinco sentidos, los periodistas del nuevo periodismo también lo hacen. Entonces lo que el ojo ve, lo que las manos tocan pueden convertirse por un artificio intelectual en los ojos y las manos del lector que asombrado manifiesta las mismas sensaciones, el mismo asco y la suerte de los protagonistas.
A sangre fría empieza con la descripción de un pueblo como si se corriera con prisa el telón de una obra de teatro. Somos espectadores, pero a la vez se nos permite intuir, adivinar, presagiar. “El pueblo de Holcomb está en las elevadas llanuras (…)”.
Truman Capote quiere que miremos con sus ojos. Este artilugio literario es conocido como “punto de vista en tercera persona”, técnica que presenta cada escena al lector a través de los ojos de un personaje particular. El autor protagonista así es como nos posiciona bajo sus mismas expectativas, su propia ansiedad y su propio interrogante ¿Pudo suceder en un pueblo como Holcomb un hecho tan atroz?
Es una técnica muy común del realismo presentar la escena, donde se sucederán los hechos, en forma similar a un director cuando dispone el escenario en el teatro. Esto nos permite tomar distancia y conciencia de lo que se desarrollará en breve. Asistimos así teatro de la vida, tan característico de las obras de Shakespeare o Calderón de la Barca.
Luego de situar, de acomodar los elementos de la escena, Capote necesita que visualicemos los personajes. No los protagonistas, sino aquellos que comparten y viven con ellos. De de esta forma se crea un clima de verosimilitud, una atmosfera en la que el lector se envuelve con la prisa propia del estilo y lenguaje empleado por el autor. Nos prepara para asimilar el horror.
Inmediatamente después volvemos a los detalles del pueblo. Se nos indica cómo llegar, que ruta tomar, en que espacio de la tierra está ubicado el epicentro de la acción. Tom Wolfe lo llama cambio de escena, la historia salta de un espacio a otro, quiere romper con el eje cronológico. Capote nos lo hace saber con inteligencia, no quiere que sepamos que va a pasar. Renuncia a su ansiedad y descansa con cada cambio de vestuario, de montaje.
Pero hacia el final del fragmento se abre un surco en la tierra. El cambio de escena es hacia el futuro. El escritor conoce el final y nos lo hace saber. En un pueblo como Holcomb sucede todo y la pluma, que no descansa sobre el papel en blanco, nos invita a no cerrar los ojos, a respirar junto a él su miedo, su sudor que cae gota a gota en el reflejo de la noche contra un escritorio.
A sangre fría es, narrativamente hablando, el recorrido de una piedra que estrellará todo su cuerpo contra un espejo, lanzada a una velocidad y con una violencia tal que solo puede encontrar su alter ego en la escritura nerviosa, como un trigal frente al viento, de Capote.