miércoles, 17 de noviembre de 2010

Leopoldo Lugones

Por Santiago Ocampos

Leopoldo Lugones asqueado por el vino hacía un buche espeso viéndose en el espejo. Transitaba con la palabra su vida, su ocaso, su dictadura, hijo del destierro, socialmente sobornable, redactaba el epígrafe en la lápida de su imaginación, bañado, prolijo, moderno. Se imitaba a sí mismo en sus primeros años de literato, recorría la infancia, la fortaleza ajada de toda intención futura que la imagen devolvía como pasado, el peinado a la gomina, los botones ajustados, el saco bien lustrado, el corazón debatiéndolo, explicándole, volviéndolo a seducir, volviéndole a insistir, él pide el niño a cambio, el olvido, el lunario sentimental también se refleja en el espejo, como un abanico humano todo el espejo, la vida cuajada, la taza de leche encima del libro, el machete en una servilleta de la soledad, el escritor contra el espejo, acorralado, exhortando a la suerte, tratando de provocar un arco iris con los dedos húmedos, el cuento de las buenas noches, la osadía de volver a vivirlo, el hombre esgrime consigo mismo en la profundidad del espejo, divulgando el secreto de sus unicornios que empezaron a brotar entonces como conejos del reflejo y de las espadas de sus palabras mientras lo real lo abarcaba, lo tragaba, lo iba tomando hasta que la fantasía tomó finalmente la dimensión de su propia muerte, tan personal, tan literaria, tan fugaz.

1 comentario:

Susi DelaTorre dijo...

Remueves vida y obra, y nos la muestras..

Tus palabras nos guian entre "selvas largas, todas tristes".

¡Saludos cordiales, Santiago!