Por Santiago Ocampos
El verde va tiñendo la hoja enmohecida, páginas de cartón dulce, violentas páginas marcándose en la tempera de los años, tú amor va pareciéndose a estas páginas, con olor a libro viejo vienes galopando por el verso escarchado, tibio, ensayado antes por ti, el libro se pone cada vez más amarillo, más verde al recuerdo, tus manos se tiñen del color verde, y verde es tu deseo, la profundidad de tu huella, verde se van poniendo los colores de la primavera, el amor se va poniendo verde, la poesía en plenitud va poniéndose verde, poniéndose verde los contornos del tiempo, la física de la rima se va poniendo verde al traerla del romancero, pero hoy el romancero siendo gitano es porque escrito está por un hombre asustado de su propia fantasía, asustado también por el brinco inesperado de su caballo, el hombre tiene traje, tiene corazón verde, y por eso redacta y empieza por el verbo, aprendiendo a domesticar el verbo con el pulso de su mano segura, inventando o esgrimiendo la pluma, no lo se, solo sabemos que verde empieza el camino, como si por un bosque al claro de la luna tratásemos de huir, de penetrar, de exhalar por la boca al hombre, al vate, al granadino, al actor, verde nos quiere a todos y por eso su deseo verde nos envuelve, nos llena de coraje verde para ir encontrando la tierra, la luna marrón, vieja como este libro donde empieza con un tajo de sangre la ansiedad, el barco sobre la mar, barco de herrumbre española, barco de señorío feudal, el barco es la griega concupiscencia de Homero, es la parca, el destino, el caballo ensillado y atado en la montaña, amarrado al hombre, al conocimiento, a lo inefable, a la inexactitud, al amor de unas sábanas de seda, ella te sueña Federico, sus sueños son los tuyos, los que como manantial quitan tu sed, te enamora Federico por eso la buscas y la imaginas, desesperándote, ella no está, ella está en una verde baranda ayunándote, esperándote, arrastrándose por tu verso, por tu arrojo a sus huesos, ella mira aunque sus ojos calienten tu ardor andaluz de plata, luna gitana, de aullidos, de demencias, de locuras, luna gitana, verde de placer, luna gitana reclamándote, pidiéndote un gesto para con su cuerpo, ella no puede saber si estás cerca, no puede sentirte, las cosas le pertenecen, le alargan la prosa poética a su destino, igual cae de tu boca como si fueras su juglar, verde, verde, verde, grandes estrellas partiéndose contra la escarcha de la madrugada, contra el empedrado, contra la ebriedad de tu aliento, hechas pedazos las estrellas, cristales desangrados de palabra, el alba, el pez, la sombra frota sus higueras, sus ramos en el viento, en el monte, en la metáfora indescifrable, Federico no dejes tus retazos de amor en el poema, Federico no dejes que ella pierda sus ropas, no la dejes morir en la literatura, aunque tu quieras llegar a ella y preguntes quien vendrá y te preguntes por donde, ella no se ha movido, no se ha roto aun más su imagen, tu palabra tiene roto su color en el verde, carne verde, pelo verde, a todo renuncias por verla morir, ella sigue en pie, esperando en su aljibe cerrar los ojos porque la luna te la está enamorando a prisa con mejores versos, unos hombres se encuentran, de un caballo hablan, a la par de la luz hablan, contra el frío el brillo de los cuchillos, la manta, sangrando viene uno de ellos, de un puerto de montaña viene, quieren cerrar el poema cuanto antes, antes de provocar tu letanía, tu fiebre aguda, tu sueño de carne viva, el hombre su destino pierde, y quiere morir por el otro, por el otro, por el otro que muestra su herida, su pecho abierto, plateada su sangre, de metal su piel, rezuman las trescientas rosas por la poesía, morenas, verdes, da igual Federico, no lo dejes morir a él tampoco, no retumbe su agua en lo no escrito, no derrames su agua en el candor de la luna que girando y bailando pone áspera la superficie del viento, las velas se apagan, y la luz gotea y rueda por el cristal donde intentas abrir los ojos Federico, húmedos los compadres, los hombres, los caballos, los emisarios, todos de verde, todos de verde, hasta las espinas de sus voces dejan un surco en tu mirada, sudor, caricia, improperio, hojalata, los farolillos de la calle se apagan porque tu quieres verlos morir, los escondes de tu altivez, mil panderos fríos estallarán heridos cuando derramen la sangre de la noche en la madrugada, la noche ahora es una plaza, una intimidad, una verde calesita imitando la luna, la guardia civil golpea las puertas, entra, iracunda, insolente, borracha y tu allí parado los ves y la ves a ella mecerse y desaparecer por el aljibe, por el aljibe que tenía de gitano el cuerpo de la niña, y el agua de ese aljibe la escribes, los ves entrar, retumbar, rechistar, repiquetear, los ves zambullirse en el esplendor de las sombras del ramaje que terminan en la boca de esa fuente clara de agua, un barco, un caballo y tú en unas hojas amarillas, en unas páginas, casi verde, en una trinchera, hambriento, inspirado, ardiente, casi verde, verde, arrojado, verde.
2 comentarios:
rendida ante el remolino de palabras
Espectacular como siempre Saintiago!
saludetes jn
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