En la Fiesta de Asunción el hombre silencioso aceptó morir con Cristo. Caminaba con las ruinas del país. Las miraba irse por el reflejo de un espejo retrovisor como también iban quedando atrás las escarchas de las sombras de los pájaros. La suerte estaba echada. El espacio físico se volvía intolerable. Acorralado iba. Abandonado a la desdicha. La poca ropa del alma desgarrada. Las heridas que no cesaban de sangrar. Las manos atadas. Por la noche huía de su país dentro de su propio país. Surcando a bordo de la ignominia las cosas perdían sus nombres. Los ríos, las rutas ahora sangran con Cristo, por Cristo. Cada ruido era crucificado mientras era conducido. Cada ruido de ametralladora golpeaba en la cabeza como los clavos golpearon una vez la Cruz de Cristo. Era una yunta de bueyes la noche. Pasaba despacio, muy lentamente. Como si alguien hubiese dejado abierta una canilla y se escurriera toda el agua de la memoria. Trituraba el frío y no había forma de defenderse. El hombre, el profeta era detenido. El Buen Pastor era arrastrado a mendigar amor. Era sacudido del cuello de su alma para mendigar amor de nuevo. Estaba quebrado, roto. No olía. No comía nada. Era conducido hacia su celda. A la otredad de la vida, a la penumbra rota. A la cautividad lo conducían. No tenía credenciales, no tenía nada. Era por amor que lo llevaban. Por poeta. Por vietnamita era arrastrado contra el suelo verde de su pueblo. De los pulmones, de los intestinos, del estomago del pueblo era arrancado de cuajo como un terrorista, como un virus, como una peste bubónica. Fue tomado del vientre de una mujer que renuncia a parir. Sus ojos también fueron arrancados. Prisionero. Cautivo. Violentado. Lo quisieron hundir y lo hicieron morder el polvo del evangelio para que no volviera a él. Lo hicieron sudar sus palabras. Lo hicieron vomitar la historia por la boca. Le borraron las huellas de profeta. Lo intentaron borrar del mapa y empujarlo así al abismo del continente, empujarlo al sur para que calle de una vez. Lo rebajaron, lo escupieron, lo apedrearon con el vocabulario de la igualdad social. Eran voces que hablaban fuerte.. Y toda Vietnam surcaba por sus venas, por sus ojos. Van Thuan llevaba el mapa en el alma, conocía y palpaba sin ver la dulzura materna que encarnaba su pueblo. Reconocía sin luz el canto, la esperanza, la geografía física del amor que acariciaba el día entero cuando escuchaba la lengua natal. Hay que surgir, hay que romper la monotonía de los días. Mientras era conducido Van Thuan pensaba. Se enamoraba. Asumía a Cristo. Se rendía a la inclemencia del tiempo, al decreto del gobierno, a la paciencia. Se arropaba contra la esperanza, la llamaba, la besaba, la invocaba, la olía, la palpaba, quería que no se vaya, que no se esfumara, mientras era conducido escribía una poesía, la soñaba, la ilusionaba, la compartía con Cristo. Van Thuan llamaba a la esperanza a su lado, como una hermana penitente que al abrir los ojos le hacía doler todos los huesos. Con las manos atadas era conducido el Señor Van Thuan, el obispo, el ángel sin alas, con las manos atadas pedía a Jesús una nueva alianza, en el suelo con las manos extendidas imaginaba otra vez que consagraba la vida, imaginaba una nueva entrega pero esta vez con las manos atadas, mirando al cielo, anudando estrellas con la palabra, pidiendo un nuevo pacto, una vez más, pero más urgente, ms doloroso, más profundo, porque el reclamo se volvía insoportable, casi inaudible, porque todavía no era la mañana que volvió caminando a su lugar de trabajo abriendo la tierra de la futura cosecha con sus propias cicatrices.
4 comentarios:
En habiendo tantos mátires,necios somos de ver sólo lo que es funcional a la libertación material. Tanto creemos en los bienes terrenales que por conquistar la liberación nos olvidamos de esperar la salvación que Dios nos ha preparado. Van Tuan nos muestra a Crito, el camino. Vos lo recordás con tu mejor estilo.mamá
para Van Tuam "A mis costados, sin cesar, se agita el Demonio; flota alrededor mío como un aire impalpable; lo aspiro y siento que abrasa mis pulmones y los llena de un deseo eterno y culpable.
A veces toma (conoce mi gran amor por el Arte) la forma de la más seductora de las mujeres y, bajo especioso pretexto de aburrimiento, acostumbra mis labios a filtros infames.
Me conduce así lejos de la mirada de Dios, jadeante y rendido de fatiga, en medio de las llanuras del Hastío, profundas y desiertas, y lanza a mis ojos llenos de confusión ¡vestidos manchados, heridas abiertas y el parto sangriento de la Destrucción!"
Baudelaire
Me parece un relato de una expresividad narrativa inigualable. Intenso, fuerte, reflexivo, con un estilo vehemente que camína entre la filosafía y la prosa poética dando testimonio de la devastación y los límites de la humanidad, con una claridad desgarradora. ¡Excelente!
Un grande el cardenal. Es de admirar su humildad y su fortaleza. ¡Tantos años de encierro, de humillaciones, y él, pacientemente, se las arregló hasta para convertir a sus carceleros!
Como todo lo que tiene valor en esta vida, la historia de Van Thuan es una historia de AMOR. Amor a Cristo y al prójimo, hasta el extremo. Amor que sufre y se entrega, amor paciente y servicial. Amor que cumple hasta la última voluntad.
¡Gracias Serafo por compartir este ejemplo de vida, por este hermoso texto!
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