La poesía de Héctor Berenguer es el testimonio de una lucha constante entre el ser que salta del vacío al alma humana y la nada misma; entre la metáfora precisa y la invocación dulce para que llegue de una vez. Entre el retrato impreso en el sueño y lo contemplado que todavía no fue nombrado. Con la certeza de la angustia, del conocimiento de la propia fragilidad, de lo irremediable que es vivir, el viaje poético emprendido parte de algún lugar en la soledad de la noche con el sonido de fondo de una ciudad y el rumor incesante de las aguas de un río.
Al generar un espacio sin espacio, al decir de Roberto Juarroz, Berenguer intenta dar cuenta de la existencia del hombre, que pugna dentro de sí mismo, por volver a nacer, por volver a poner en correspondencia el pensamiento con el mundo exterior y retornar así al refugio intelectual creado a conciencia y a golpes fortuitos de imaginación.
La influencia de la concepción oriental sobre el tiempo hace que las imágenes, de pronto sean un remanso tibio donde el sol se apoya suave e ilumina el instante perseguido por la pluma. La paciencia es una virtud y escribir es el intento de reflejar fielmente la porción de mundo que el poeta describe una vez que alcanzó la iluminación.
La obsesión por el tiempo tiene su símil en un río: el Yang-Tzé, cuyas aguas eternas conducen indefectiblemente a la unión con lo absoluto, con el no ser, con la extinción del yo que se revuelve en sus propias tripas, que araña su cuerpo como una muralla; todo lo que es se aniquila, sus años, sus sueños, y desespera porque al igual que las cosas, pasa y vuelve al polvo.
La poesía es un sueño sin geografía, enajenada del hombre se mece en un columpio de vivencias y de reflexiones vagas. Al mismo tiempo que se plantea una búsqueda del sentido de la vida a través de la belleza, también existe una suerte de comprensión de que lo anhelado, lo motivado por el instinto en dejar constancia de lo observado, proviene de una urgencia demencial porque siempre se hace tarde.
El obrar del hombre en la vida se ve puesto en la perspectiva de un espejo. El propio ser no puede mirarse a sí mismo y recurre a los artificios de la literatura para hallar una respuesta satisfactoria sobre quién es en verdad. El poeta busca que otro lo lea, lo reconozca, que sea capaz de arrancarlo de la desesperación de estar vivo y de alguna forma, comparta el mismo tiempo interior que indefectiblemente se consume.
Se vislumbra en el quehacer poético, una constante dualidad expresada en el binomio luz-oscuridad. Los protagonistas de las poesías van de un momento de angustia a una puerta donde al abrirla esperan hallar una respuesta segura a la vida, a la existencia. Caminan o mejor dicho peregrinan. En el poema “Camino a Teh Chi” se observan los dos principios dinámicos creadores que en forma simultánea hacen la niebla y la luz.
Esta dualidad, influencia de la filosofía de Lao Tsé, rige como una campanada, un indicio para que el lector, a tientas, experimente hasta el final del texto el aguijón de una pregunta sobre la propia existencia, que lo hará retroceder y dudar si seguir indagando. El cuerpo poético está planteado en dos orillas, principio y fin, en los que el hombre grita hacia dentro y al mismo tiempo expresa hacia afuera la hondura de su caminar. A la vez que vive encuentra su desdicha: vive para morir. El silencio creador es día y noche.
Vivir significa para el autor un instante único, un privilegio al que estamos destinados desde ahora y para siempre. Es un “bautismo sin lágrimas” y, el hombre, ante el terror al vacio, toma conciencia de estar hecho para un solo momento pero también de que posee la “fragilidad de un hombre acabado”.
Héctor Berenguer es un autor inteligente, culto y avezado en navegar sin brújula los mares de la literatura. Con un lenguaje llano logra adentrarse en el corazón de todo ser viviente al anticipar sus preguntas. Conocedor de la luz y de la sombra, siente la constante urgencia por describir con precisión las imágenes que su mente graba. Sin perder la pasión, logra la plenitud semántica al construir una metáfora basada en pensamientos cotidianos. El tiempo interior es el motor narrativo de toda su poesía
La figura de Niggle, aquel entrañable personaje de Tolkien, pintando su propio paraíso, interrumpido innumerables veces por un mundo al que lo consumen otras urgencias menos la artística, se parece a la misma rabia de Berenguer por escribir estos soplos poéticos. El mismo apuro por terminar antes que el tiempo expire, por trabajar sin descanso y la apremiante necesidad de llevarse a la memoria todo lo que el río Yang-Tzé consumirá para alcanzar aquel conocimiento vedado a todo hombre, el que salva, el que hace renacer del canto de las cenizas.
*Héctor Berenguer es un escritor oriundo de Rosario que ha publicado numerosos libros de poesía y trabajos de investigación sobre literatura china. También se ha destacado como gestor cultural y coordina actualmente el ciclo "Poesía en el Círculo" en el Teatro del Círculo de Rosario como así también es uno de los organizadores de la Semana de las Letras y la Lectura, Encuentro Nacional e Internacional de Poesía. Para mayores datos del autor y su obra pueden buscarlo en Facebook.
2 comentarios:
QUERIDO HIJO
ME DISTE EN LA TECLA ORIENTALA
la que a los 16 años
me dejó perpleja con "Una hoja en la tormenta" de Lin Yutang
que me enseñó a entender aquello que Rabindranath Tagore escribe en sus Pájaros perdidos y que parece un sofisma
"Tocando puedes matar, retrayéndote puedes poseer"
QUE LINDO LO QUE LEES EN LAS PALABRAS
REVELANDO EL ALMA DE OTROS
Pasé a visitar tu blog, luego de que lo viera en el perfil de Pablo de facebook. Me pareció muy interesante. Te dejo un saludo. Humberto.
www.humbertodib.blogspot.com
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