Hernán Riveiro es un poeta hecho para la lluvia, con todos sus significados, a lo largo de la historia de la literatura. Consternado por la soledad escribe con una dolorosa llamada a la ternura que, entre sus manos, se transforma en un profundo grito de silencio. Con el peso de la noche en sus hombros, emprende un camino personal al amor a lo largo de versos y versos, que brotan en el papel por el puro estar inspirado.
La ausencia es uno de los ejes que determinan la visión del hombre que, de un momento a otro, cruza la ciudad con la luz de las estrellas bajo una ensoñación que va abriendo el alma. Quizás, intentando dibujar la sombra de la dulzura de una mujer que voluntariamente traía sus flores al mismo espacio poético que hoy es desidia.
El diálogo aparece en la poesía como una constante esperanza de hallar afuera una respuesta a lo que sucede interiormente. Aunque muerde en la boca la persistente interrogación, la madrugada es un beso hondo y una desilusión al mismo tiempo. El sentido de la realidad está trastocado porque se confunden el verdadero espacio exterior y el tiempo propio de composición del escritor, logrando sumergirnos así en una atmósfera de la que la nacen “versos verdes y pegajosos”.
La memoria es un elemento obsesivo. El tratar de retener el futuro y el pasado en lo escrito es una característica predominante. El quehacer poético busca, en todo momento, ser fiel a lo sentido tratando de comprobar que lo percibido no haya sido un engaño. La palabra es puesta a prueba por el autor para no caer en el olvido.
“Pienso poesía y escribo mierda /la soberbia me subyuga”, este hablar a un referente invisible permite la utilización del lenguaje inteligentemente porque implica al lector una actitud de alerta ya que el significado del poema dependerá de él. El uso coloquial, elevado a literatura, nos da la llave para abrir la puerta semántica que permite adentrarse en la intimidad desde donde escribe el poeta refugiado del mundo. De pronto, caminar bajo una lluvia o bien derribar una pared serán el pretexto para ingresar a un “un pasadizo hacia mundos nuevos”.
La llama que enciende la inspiración es siempre una mujer. La presencia o ausencia de ella determinarán la suerte. Es ella quien pondrá término a la angustia o bien será su indiferencia la que hará de las palabras una nueva creación literaria. La mujer actuará también como una lluvia persistente. Es, en la nostalgia, un recuerdo tejido a mano por las lágrimas que serán el testimonio de un sueño en el que se está vivo a merced de una ilusión que perdura como el golpe de la llovizna sobre un papel vacío.
El amor en Hernán Riveiro es un prolongado insomnio, en el que en esa noche en velo pareciera querer comprender si es real o ficticio lo vivido. El cambio de un espacio a otro es un salto mortal o un “puente huérfano” donde pasará la vida entera por ese instante único, en el que la sombra de una mujer se desnuda en el espejo y queda tan sólo después un puñado de olores perfumados en el juicio de la conciencia que trata de escribirla repetidas veces.
Hernán Riveiro construye y celebra las imágenes que esgrimen sus deseos. En permanente fuga de un mundo que lo ahoga, que lo deja abatido entre las luces hipnóticas de la ciudad, sueña muy despacio y con la soledad prendida a la lluvia que inventa contra la ventana, imagina otra vida más enamorado que ayer porque todavía vale la inspiración, al menos, para poder sujetarse de algo y poner la realidad, la evadida, la negada contra las cuerdas con todas las ausencias que el día pudo haber traído a la memoria.
*Hernán Riveiro nació en La Florida, Provincia de Buenos Aires. Actualmente reside en Cipolletti y es miembro del Círculo de Escritores del Comahue. Preside la Cooperativa de trabajo “Club de artistas” y es redactor de la revista Alter Ego y está abocado en la preparación de su primer libro de poesía. Para conocer más detalles de la obra y del autor pueden encontrarlo en Facebook.