sábado, 28 de agosto de 2010

Alfonsina Storni

Por Santiago Ocampos

Alfonsina Storni se sentaba sobre la arena, todas las noches lo hacía, aún vestida se sentaba. Aún todavía una inspiración. Parecía un ensueño cuando aparecía por la playa. Una alucinación. Sus hombros, su delicia, su anchura de mujer. Hija del mar y el pensamiento. Con poesía miraba el mar. Abrazada al viento, al oleaje vertiginoso, al movimiento poético de la época, de la década infame. Los años surcaban como huellas por su piel. De espaldas apenas alcancé a verla. No caminaba. Se sentaba. Se apoyaba en los huesos. Esperaba. Tenía la paciencia. Los golpes del alma sonaban al moverse, como olas, el amor entero en esos segundos pasaba devorando las palabras. Imaginaba las flores que me acercarían a ella por entonces. Enajenado. El viento también la quería llevar. Tan frágil era que de todas formas se la llevaría. Ligazón espesa de mujer y arena. Ligazón de amor y palabra. Confabulación. Mujer. Mujer de literatura. Ella de espaldas a mí. Ella frente al mar. Bestial. Fosforescente. Estallido de luz. En agua salada bañada. Estrella gigante. Ella tan frágil que hasta el amor se la llevó consigo y la quería de prisa. Con sed la tomó de todas sus palabras y cautiva la llevó al mar. Mujer sentada frente al mar, todavía mujer, viva, con los pies hundidos, la literatura se puso su mejor vestido y en el reflejo dulce de su rostro contra la marea le indicó la fecha de su calendario lunar.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Para los de este lado –Comentario literario del Diccionario para el estudio de la Biblia de Luis Heriberto Rivas*-

Por Santiago Ocampos

La Biblia es un libro utilizado por las confesiones cristianas y posee una riqueza colosal fruto de la voluntad de Dios, para aquellos que creen que es palabra revelada, y del esfuerzo humano colectivo e individual. Es también el testimonio y la búsqueda de un sentido de la vida que se traduce en múltiples expresiones y miradas posibles. Sobre este dilema divagan tanto el estudioso como el obrero.

En este legado de libros que construyen el cuerpo bíblico encontramos diversas manifestaciones del espíritu humano compuestas en diferentes estilos literarios. Mitos, narraciones extraordinarias, palabras sabias, mártires y hasta ensoñaciones violentas tejen los significados en los que se vislumbra la soledad del hombre frente al misterio que lo rodea.

La Biblia está organizada por separaciones arbitrarias lo que permite una mayor comprensión, por cierto limitada porque el hombre, a pesar de tener los cinco sentidos, posee un registro de la naturaleza escaso; apenas podemos tomar noción de lo que sucede alrededor nuestro. En este aspecto, es interesante destacar el esfuerzo pedagógico, que muchos de los autores anónimos desarrollan, para lograr que el pueblo sea consciente de la magnitud del mensaje donado.

Como se puede observar en el estudio de los Salmos, muchas de las realizaciones de la Biblia pertenecen a la creación de un cuerpo polifónico, que va colocando con precisión y piedra a piedra su experiencia con lo trascendente. Incluso el Nuevo Testamento es el resultado de una fuerte conjunción social aunque finalmente el que firma es una sola persona. La experiencia volcada en los textos contiene un fuerte carácter colectivo.

Las narraciones míticas del Génesis, que parten de una realidad subjetiva están teñidas por el pensamiento propio del autor de ese entonces. Son el intento de simbolizar el constante caminar del hombre con sus angustias a cuestas y sus dilemas existenciales. Así Abraham, al partir de la casa de su Padre, manifiesta su fragilidad y su impotencia frente a la majestad del misterio a lo largo de toda su vida y se pregunta una vez tras otra por qué seguir.

La Biblia, además de ofrecernos la alternativa de darse a conocer por la vía científica a través de las herramientas de la teología, también propone la poesía como otra rueda de auxilio. La intuición permite nombrar sin palabras y acerca un entendimiento a la mesa de estudio, que involuntariamente nos permite acceder a ciertos conocimientos velados por la incapacidad de la razón humana.

La Encarnación de la Palabra es un hecho real al que sólo podemos asistir con las palabras que iluminan la intimidad del momento. Sólo la palabra logra trascender con toda la ternura de la imagen. Basta un puñado para llegar a ese instante crucial. La Biblia demuestra que la oración al pronunciarse vulnerable se vuelve poesía y voz de los peregrinos.

Luis Heriberto Rivas en su diccionario, nos presenta una profunda guía para abordar el camino del encuentro con las palabras. Numerosos significados se multiplican y se suceden en busca de aquello que todos perseguimos: el sentido de la vida. Proponer y motivar el estudio bíblico dignifica la tarea humana por hallar en la hondura del corazón como en el de la sociedad, un encuentro verdadero con aquello que se revela en amor y dulzura.

Con un vocabulario claro, el autor nos invita a ser peregrinos del significado y nos sumerge de improviso en la semántica bíblica. Forjado por sus años de experiencia y con avezado paso, este diccionario nace de su deseo de compartir, con aquellos interesados en iniciar la ardua labor de transmitir una herencia de más de dos mil años. Herencia que despertó ásperas discusiones al calor de un fuego bajo las estrellas desde tiempos inmemoriales y que continúa hoy cuando al abrir un libro tenemos la misma necesidad de encontrar una respuesta.

*Monseñor Rivas es sacerdote de la Arquidiócesis de Buenos Aires, nacido en 1933. Licenciado en Teología (Facultad de Teología de la UCA) y en Sagradas Escrituras (Pontificia Comisión Bíblica del Vaticano). Autor de numerosos libros, biblista mundialmente conocido, actualmente es director de la Revista Bíblica argentina.

sábado, 21 de agosto de 2010

Papeles sueltos –Reflexiones en torno a la novela Las Dos orillas de Carlos Fuentes y a la poesía La Palabra de Pablo Neruda-

Por Santiago Ocampos

En estos papeles sueltos pretendo desandar el camino de Carlos Fuentes en su novela corta Las dos orillas a través de la poesía La palabra de Pablo Neruda y su caricia breve sobre las palabras que guían los conceptos que caen como fruto maduro de la escritura de Carlos Fuentes. Es el emprendimiento un recorrido por la palabra de Jerónimo, protagonista del texto del escritor mexicano, atado a la lengua natal de la Malinche y sus ojos hinchados, ásperos por la luna que guía su mar y por la lluvia, los bosques, las mujeres de Pablo Neruda que según confiesa en su prosa, son todas ellas con sus nombres y los nombres de sus hijos las que forman las raíces de la identidad americana. Mujeres portadoras de palabras de mil idiomas, que apenas se dejan ver en la noche tibia del poeta que intenta darles un significado. La conquista de América es una confabulación semántica hinchada de hombres que sueñan con cosas impronunciables y que tienen como testigo de que estuvieron, la riqueza de lo que dejaron escondido en galeones y territorios vírgenes.

Carlos Fuentes plantea desde el inicio del relato la importancia de las palabras. La importancia que tienen esas palabras mezcladas en el lodazal de la historia, dueñas de individuos cautivos de la sangre nueva. Por la palabra se conoce y se descifra. El nuevo mundo es una empresa de significados mágicos, múltiples de deseos, diferente a Europa que era lo conocido. La palabras son objeto de riquezas y todas ellas se dieron  conocer en las cortes europeas por la boca de los exploradores, que devueltos por la marea de sus ambiciones, las describieron como hombres desnudos, que no poseían el pudor, que no tomaban conciencia del oro y la plata que se les derramaba de las manos, que tenían por dioses a otros tantos dioses que Europa había dejado de lado otros tantos siglos atrás.

La geografía nacía en nuevos diccionarios. Nuevos mapas significaron nuevos nombres. Nuevas lenguas generaron nuevas palabras que al pedir matrimonio a las palabras españolas quedaban hechas, en la noche nupcial, una trenza tan hermosa que lograban sin esfuerzo significar otra cosa. Los mares que tocaban las costas también exigían un nombre. La tierra, la playa, el calor, los ritmos, el trópico toda América se tragaba entera por la saciedad de los exploradores que a machetazos nominales dejaban la vida en la espesura sudorosa de la selva, buscaban una identidad que iba cayendo de sus pesadas armaduras a medida que avanzaban en la poesía y rimaban con el amor que se les presentaba ocasionalmente.

En esa ensoñación profunda brotaban palabras involuntariamente que desnudaban la Europa entera de los conquistadores y al silencio de las buenas costumbres caían de la cama y el sueño el mestizo, el mulato y en la mixtura sabrosa de la sangre doctoral y la piel del ladrón maduraba un continente entero.

Todo está en la palabra afirma Neruda que deja entrever su poder mágico. Por la palabra se cambia la historia. Por la palabra comienza el mundo o acaban los sueños. Por el poder de transmutarse trocó México su historia. Los indios querían ser españoles y los españoles indios, nadie asumía ser mestizo. Nadie pidió permiso a sus dioses para encontrarse. Moctezuma sabía que llegarían pero no cuando. Cortés sabía que llegaría pero tampoco cuando. Y la palabra se convirtió en espada y la espada le robó a los aztecas la magia del oro y volvió esa magia renovada a la palabra en los brazos tiernos de la Malinche. En la cálida primavera. Volvió temblando la palabra y se convirtió en maíz según Miguel Angel Asturias.

Y esa misma palabra fue arrancada de las manos de Guatemazín bañadas en oro. Fue la mirada última de Moctezuma arrancada por la voracidad del español. Esa mirada que mostraba como iba siendo saqueada su recámara. Como iba confundiéndose los sueños con la sangre y el cielo y el vuelo del gran pájaro alado de la memoria, de la piel, de la identidad. Ese gran pájaro se llevaba para el mañana la identidad de Moctezuma mientras saqueaban su memoria creyendo que él mismo era de oro. No entendían que su memoria estaba trazada por caminos, por surcos profundos, había montañas en esa memoria que necesitaban de palabras nuevas para nombrarlas, de otros pasos para que las caminaran otros tantos hombres ya mexicanos que volvieran por esos caminos, esas montañas que iban trazadas en la memoria de Moctezuma. Pero el que la robó era ya mexicano.

Los dos escritores bucean hasta el fondo en los mares de la historia oficial. Arrancan de cuajo las palabras que han intentado rescatar la Conquista de su celda fría de manual de escuela para develar su íntimo ser de carne y hueso. Para desenterrar el testamento que permita heredar legítimamente todas esas palabras que hasta hoy no nos pertenecen. Que alguna vez nos fueron heredadas en un sueño mayúsculo que iba a bordo de tres carabelas

De esa búsqueda reside toda nuestra actitud vital, nuestro ser americano. En esa actitud exploradora de Pablo Neruda o de Carlos Fuentes están los naranjos perfumados que nos indican el comienzo del sendero que nos llevan a la casa que heredamos aunque tengamos que decir al igual que Juan Rulfo: “Nos han dado la tierra”.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Juan Carlos Onetti, el poeta narrador

Por Santiago Ocampos

Escribir algo sobre quién es Juan Carlos Onetti es una tarea imposible, el verdadero escritor solo dejo un número de páginas considerable como testamento en forma novelada. Es uno de esos narradores que son como el rugido de las olas del mar, que al pasar por la memoria, dejan su voz por varios días. Su trabajo, en pos de la literatura, rompió esa línea gruesa entre la realidad y la ficción, que muchos otros autores no se atreven a cortarla. Es tal la gravedad del caso que quedar de un lado y del otro denota un estilo, una forma de escribir; estar con un pie en ambas orillas es la característica de Onetti.

En el poeta uruguayo ficción y realidad pertenecen al mismo campo, se confunden, se trastocan y duermen en la misma cama ¿Acaso imaginar no es un acto tan real como besar a una mujer?

No escribe como un aplomado narrador sino como un poeta en llamas. Tiene la cadencia y la fuerza de los grandes maestros del verso y sin embargo a la hora de escribir se decide por el cuento, por la prosa profunda con una violencia enamorada y cotidiana que cava hondo en la realidad y en esto se parece a Hemingway y a Faulkner.

Las descripciones, al confundirse con las imágenes propias de la poesía, tienden al desasosiego en el lector; el texto mismo es un bote que lentamente zarpa y se aleja del puerto hasta que es tragado definitivamente por el horizonte.

Pocos tienen el privilegio de ver la vida a la usanza de los poetas narrando, al mismo tiempo, con la objetividad propia que caracteriza al profesional de las novelas. Mario Vargas Llosa expresa en su libro crítico de la obra de Onetti que la virtud del escritor reside en el cómo se cuenta y no tanto en el nudo de la historia. El uruguayo de las letras logra, no sin pasión, hacernos sentir el peso de los remos de la embarcación literaria que ha soltado, hundiéndolos en las aguas y este es el único motivo por el cual podemos saber que avanzamos hacia un desenlace literario.

El Pozo es una obra por la cual el autor ha entregado su joven vida por completo. Es en esa batalla literaria donde Onetti entrega rendido, a la literatura, este relato de no más de 45 páginas en el que despliega todas sus armas. En el fondo y a mi entender es una declaración de principios literarios. En la obra suceden, uno tras otro, los recuerdos de un hombre llamado Eladio Linacero, obsesionado por recuperar el fuego del instante del recuerdo para rehacerlo en el presente.

Envuelto en el aura de la ensoñación, las mujeres de Linacero se enredan en sus dedos, creadores de las fantasías descriptas, formando un remolino en el cuenco de agua de la memoria que las refleja. Cada una de ellas es impulsada por una tormenta de palabras que abren el alma del personaje y lo desnudan. Se meten en sus deseos sin pedirle permiso y se duermen en la penumbra de la voz que las evoca.

Onetti escribe con voracidad poética y aún así no puede evitar traslucir su amargura, su sentido de la vida existencialista. Pero, a diferencia del filósofo Sartre, encuentra una salida, una ventana a la mediocridad de la rutina, un código secreto que entrega a sus lectores para que lo descifren. El hombre no está sumergido inexorablemente en su cuerpo sino que puede soñar, volar, aferrarse a las nubes y esa gesta es tan real como intentar escribirlo todo de una vez, suponiendo que mañana se acaba el mundo y al amanecer hubiera otro para seguir creando.

No terminó el secundario y su primera novela El Pozo la escribió a los 30 años. Su huella literaria de palabras es una pisada de hambre, de desesperación, de temor a que el ser se le vaya de las manos y, también vale aclarar que lee de la misma forma. De ojos tristes, reservado, parece en cada parte de esta novela dejar la vida y tirarla contra una silla y abandonar definitivamente sus ropas viejas para ir en busca de otro traje.

Onetti es un hombre que vive a merced a sus sueños y los dignifica en el oficio a cada uno de ellos robándole la noche que llevan en el alma. Aunque aparezca ante nosotros su figura de hombre serio, es siempre ese niño de diez años leyendo en el fondo del aljibe del patio de su casa, que una tarde decidió que la vida tenía sentido, allí donde se libraran batallas comandadas por ejércitos de hombres dispuestos a hacer parte de la vida el territorio inexpugnable de la imaginación. Desde ese momento, el verdadero Onetti dejo el hombre de carne y hueso y pasó a ser el protagonista de sus propias novelas.

sábado, 14 de agosto de 2010

Oliverio Girondo

Por Santiago Ocampos

Oliverio Girando abría las ventanas con los huesos vencidos. El motor de la ciudad. El violento latido de las nubes de invierno. Abría las páginas de un libro de poesía. Mojaba sus labios en las manos ya palabradas. Como queriendo. Como amando. Abría los portones que estallaron alguna vez contra las estrellas cuando “la gran aldea”. Intentó amar cuando entró a las calles de la ciudad por las ventanas. Al sumergirse en ellas. Al sentirlas sentir como el espantapájaros se convertía en paloma de verano. Abría las jaulas de la epopeya urbana. Abría las trincheras y la piel de la vanguardia cedía al deseo. En un boleto de cine pastaba su palabra. Abría los diarios cosmopolitas con las llaves tempranas de un beso. Inauguró los puentes a lo real. Hizo de nuevo al hombre nuevo. Lo recorrió con todo su vocabulario. Lo vistió. Lo hizo sentirse desnudo a su antojo. Lo deshizo contra el espejo dándole su espacio en la metáfora. Le hizo ver el futuro y lo volvió universal al dejarlo libre en su edén personal. Le enseño el temblor y lo arrojó vivo en la boca de un poema. Lo hizo obrero. Lo hermanó con el río. Le devolvió la forma al pájaro. Serpenteó por el garabato de un caramelo. Cruzó la noche como un enamorado de plata para tocar la primera nube del amanecer. Hermosa. Solitaria. Y se quedó allí en el vértice del punto más alto de la ciudad, girando, hasta que la luna desapareció definitivamente de sus manos blancas, palabradas, y, volvió a girar, temblando, mirando, intentando una vez más saltar para tocar la nube, para traerla a la vida, al menos a la de él.

miércoles, 11 de agosto de 2010

La semántica colectiva de lo inefable -un acercamiento a los Salmos bíblicos-

Por Santiago Ocampos

La poesía es el lenguaje que el hombre busca utilizar siempre cuando necesita expresar lo inefable. Los bosques, los pedregales, las mareas, las lunas fértiles que indican la cosecha, son arrastradas por las palabras que el hombre conquista al dar cuenta de su existencia en el amor. Frente a la inmensurable belleza que lo rodea toma cuenta de la imposibilidad de poder describirla.

Ante esta situación, irremediable por cierto, le ha tocado en suerte encontrarse vivo en un determinado tiempo, inmerso en costumbres, ritos religiosos, atado a una realidad cultural a la que debe someterse si no quiere ser desterrado. Frente a esta indefensión absoluta, el hombre encuentra, sin embargo, en lo común con los otros, una posibilidad de conocer lo trascendente que lo ha empujado a la vida y para ello recurre a la poesía, a experimentar por medio de ella aquello que no encontró en la observación metódica de los ciclos lunares.

De esta necesidad de protección y de esta conciencia de la pequeñez de sus huesos y de su alma nace el Salmo, que a la vez es expresión de la liturgia, del oficio religioso, como así de lo experimentado en la contemplación del misterio, que compartido con la comunidad se transforma en don, en una búsqueda que muchas veces es un grito, por hacer palpable lo eterno.

Originariamente era un canto que se acompañaba con un instrumento de cuerda, preferentemente la lira. Son composiciones generalmente de índole lírica, si bien, no faltan entre ellas cantos épicos, composiciones didácticas y aún fragmentos proféticos.

El valor de estas oraciones reside en su sentido colectivo; están hechas para ser escuchadas por todos los que desean preservar su identidad y perseverar en su fidelidad al Dios creador, al Buen Pastor, que los guía hacia un futuro provechoso. De alguna forma, es palabra que escucha el deseo del pueblo. Es una interpretación moderna y, un poco aventurada, pero se deja entrever un profundo sentido democrático porque en los versos se reflejan las angustias y las necesidades espirituales de todos. Es una trenza semántica que permite vislumbrar y forjar un destino común.

Si bien los Salmos son recogidos y compuestos en su mayoría por el Rey David (diversos estudios así lo estiman), constituyen una práctica constante para la construcción de la paz del pueblo. Es un “tantear pactos de amor” a través de la experiencia intuitiva del poeta que embelesado por el ritmo del verso transforma la vida en esperanza. El carácter universal de estos versos es indudable.

David es un rey ungido al servicio de la palabra y por la premura de sostener su gobierno se aferra aún más a ella, con todo el pueblo a cuestas, con toda su tradición oral, entendiendo que lo inspirado en los salmos es sólo el rumor de un cántaro lleno de agua que se rompe para derramarse en sus manos.

Como una primavera ardiente de noviembre, como un hombre que sube a la cima de una montaña, el poeta escala el muro de la vida ordinaria para sumergirse con el cuerpo y el alma en la aventura del conocimiento, en la espesura del mundo, va buscando el salmista la expresión lograda, lo que Dios quiere transmitir. Por las noches, a tientas, camina al encuentro y como un peregrino en oración, empieza a escribir pequeños brotes, pequeñas flores que acariciadas por el perfume de la lira, crecerán y serán el pan de su herencia que mañana cenará el pueblo”

 
Bibliografía

BIBLIA DE JERUSALÉN; Edición Española dirigida por José Ángel Ubieta López, Bilbao, Desclée de Brower, 1999

GARCÍA CORDERO, M.; PÉREZ RODRÍGUEZ, G.; Biblia Comentada. IV: Libros Sapienciales. Madrid, B.A.C., 1962

GASNIER, M.; Los Salmos. Escuela de Espiritualidad, Madrid, 1960

LA MAISONNEUVE de Dominique; El Judaísmo. Historia, tradición y diálogo. Buenos Aires, Ciudad Nueva, 2002, p. 9

sábado, 7 de agosto de 2010

Facundo

(del libro El Enamorado de Plata)

Por Santiago Ocampos

…porque la noche suele ser traicionera
y no hay que andar llevándosela por delante.

Ricardo Guiraldes


Pesan los brazos. Incansables. La fuerza inagotable. La pesadez de los siglos. Los músculos tensos. La víctima es la inocencia. El manto helado del mediodía. La sombra detenida. El gesto es contemporáneo a la historia. La fatiga por el rumbo tomado desde Barranca. Lo cotidiano se estremece en las tantas páginas escritas. Tantas cosas escritas que no ayudan a sostener este peso. El embrión bárbaro germina en la civilización. La conciliación está en el cuerpo. Pesado. Con cierto aire para nombrarse todavía. Para dar a luz una palabra. La sangre se queda en el cuerpo. Se pega como la tinta a él. El rostro pierde la máscara de tierra. Pesada como todo el cuerpo. Como toda conspiración. La boca teje la venganza. Los brazos se vuelven torpes. Intento retener esa forma de darse a conocer. De educar el amor para recibir golpes. De entregarse al desierto para que la vida pudiera. Ganar era cosa de pocos. Tu caballo Moro precipitó tu sueño. Se acostó sobre la patria. La misma que perdió ese sueño tajada por el ayuno del destino. Por el cuerpo tuyo pasa la patria. Con un verso romántico prendido en las ropas. Con un verso acaba la historia. Con un verso que hace más que tus tigres y tus llanos. Te señalaron la tumba sin pisar el campo de tu derrota. Estás entregado y cada vez tienes más polvo. No puedo detener la marcha. Me inunda tu piel. Se derraman los gritos sobre mis manos. La cicatriz es el límite entre el hombre y el espejo. En la agonía del sueño se descubre pronto al asesino. Te estaba matando cuando soñabas. El héroe era tu espejo. Te mató la gallardía de ser inmortal. El barco en la otra orilla. Esperaban que partieras. Sabías que te perseguían. Que no se iban a rendir. Era esa patria la que no querían oír de tu boca. Esa te arrebataron. La crucificaron por un precio mayor. La llamaron santa. Tenía los clavos en la boca el asesino cuando entendió que estaba allí. Siempre te esperaron aunque ninguno dejó de retener tu grito. El final de un hombre siempre es el final de otro. No logro ver el sol desde mi posición. Demasiados edificios. Ventanas cerradas. Calles llenas. El vacío es reflejo de otro mundo. Estoy extenuado. Tengo ganas de llegar. De pedirle permiso a la historia. Tengo ganas de beber la sed que me quita las fuerzas. La gente no mira. Tienen miedo. El aroma que me llega es el de la sangre. Como si estuviera en todas partes. Desde que salí no ha dejado de aparecérseme por el camino el vuelo del cóndor ciego. Pasa por mi cabeza. Con toda su sombra. Con el ejército francés navegando en los mares que proyecta su vuelo. Vuelo violento. Desarmado. Cobarde. Es una sensación de estrellas mezcladas en la mirada. La espada es el brillo de una patria forjada en el silencio hondo de los fusilados sin justicia. Sin nada. Los bolsillos vacíos. El corazón blando tiene como las migas del amor Dorrego. Atado al cielo prometido. Atado al verso como Facundo. Atado Dorrego escribe el poeta en forma de cóndor. Creyéndose cóndor el poeta ata a Dorrego a la ignominia de sus razones pero no al corazón. No al vientre de la bandera. Y Lavalle pierde los ojos. Lavalle tiene algo de Tebas y las rosas de Amalia flotan en el agua degollando el atardecer en otro mundo. Caminar. Por entre las cenizas. Sentirlas calientes. Abrasando los pies. Atravesando la palabra con el facón. Inducir que se han equivocado. Los hombres alados no dejan de volar por eso tu retorno tiene la caricia de las flores. Tiene esa insoslayable humana transparencia. Me tocan las ramas violetas. Frutos violetas rozando tu rostro. Tratando de robarte lo mismo que buscan: la patria. Se escribe del otro lado de la Cordillera. Se escribe lento. Seguro. Firme. Te describen Facundo. Pero pesas como la fantasía del unicornio. Como si todo tu cuerpo fuera el alba. Te voy dejando un verso. Quisiera ser valiente. No puedo. No tengo la paciencia de tus viajes. Recorres demasiadas horas. Te persiguen todavía cuando te escriben. Quieren eso que llamabas religión o muerte. Te creyeron inmortal por eso no quieren que los dejes afuera de tu vuelo. Te sueñan cuando lo hacen atados a Dorrego. Atados al verso. Al desierto. Por fin llegamos Facundo. Te dejo caer sobre un banco de la plaza cerca de la pirámide. Te cierro los ojos. Te despido. Te dejo allí para que te acuerdes cuando hagan un homenaje que siempre te persiguen porque no pueden llegar nunca a Barranca Yaco porque temen con el corazón que la patria los haga derramar tu sangre.

martes, 3 de agosto de 2010

El caballero de las ideas y la flor de la palabra –Comentario sobre la historia de Abelardo y Eloísa-

Por Santiago Ocampos

Abelardo y Eloísa es una historia de amor con ribetes trágicos, que ha pasado a la posteridad como expresión de rebeldía y ruptura de las normas tradicionales de toda época. Pero esta historia sólo constituye una parte de sus vidas, un fragmento idealizado que los literatos toman y muchas veces abusan. Joaquín Sabina, el prolífico compositor español, escribió, no hace mucho, una canción sobre un amor de adolescentes que se fugan de sus casas para vivir lejos de las convenciones sociales. Hermosa versión pero lejos de los protagonistas reales, de sus ideales, de su forma de pensar.

Según el medievalista Jacques Le Goff, Abelardo es el primer profesor moderno. Formado con los Goliardos, un grupo rebelde de intelectuales que criticaban el orden político pero se servían de sus beneficios. Muchos de ellos predicaban y mendigaban sus conocimientos en busca de alumnos dispuestos a seguirlos. Ostentaban tener mejor éxito con las mujeres que los rudos caballeros. Ante la posterior formación de centros universitarios estos grupos considerados marginales tendieron a desaparecer.

Abelardo nace en Pallet en 1079, cerca de Nantes (Francia). Se muestra desde joven apasionado por las cuestiones intelectuales, en desdén de la carrera militar que emprenderán sus hermanos. Estudia dialéctica y lógica. Miembro de la baja nobleza, este caballero andante de las ideas rápidamente esgrime sus mejores armas en Paris, donde batirá a duelo al más ilustre de los maestros parisienses Guillermo de Champeaux, ganándole la simpatía del auditorio, a quien volverá, luego de una prolongada enfermedad, retar hasta lograr que sus alumnos lo sigan a él.

Este joven impetuoso decide aprender teología, al no encontrar rivales que puedan debatir con él en filosofía y, tras un tiempo, desafía a San Anselmo, al que lo acusa expresando que “se mantiene a la sombra de un gran nombre como una soberbia encina en medio de los campos”.

Eloísa es para el célebre goliardo una conquista de su intelecto, que a esa altura no encontraba otro competidor y que a los 39 años no conocía el amor más que por aprehensión poética. Esta joven bella de 17 años posee una inteligencia particular que es rumor de toda Francia. Discípula del Canónigo Fulberto, su tío y que a cambio de casa y comida Abelardo es nombrado su profesor. Clase tras clase crecerán las flores en la palabra y la pasión tomará tal fuerza que culminará en tragedia.

El filósofo abandonará todo, sus enseñanzas, sus trabajos; el amor lo colmará y sobrevivirá hasta el fin de sus vidas a pesar de los contratiempos. Se casan en secreto, no sin antes rehusarse a ello, lo cual motivó en principio la huida de de la casa de Fulberto, además del agravante de que Eloísa estaba embarazada. El hijo de esa unión se llamará Astrolabio. Le Goff manifiesta, con cierta ironía, que llamarse de esta forma es consecuencia de tener dos padres Intelectuales.

Fulberto, a pesar del casamiento, siente que la ofensa no fue reparada. Los amantes eran objeto de comentario en todos los ámbitos de Paris. Finalmente Eloísa es enviada al convento de Argentuil y Abelardo castrado por los criados de su tío político, para luego recluirse en el Monasterio de Saint Denis como monje. A partir de allí iniciará una brillante carrera eclesiástica, que lo llevará a cuestionar diversas vicisitudes de la educación católica y tendrás ásperas discusiones con San Bernardo de Claraval.

Ambos amantes, hechos en una misma fragua, siguieron manteniendo contacto a través de las palabras de innumerables cartas, aunque con la prudencia de sus hábitos pero sin olvidar la vehemencia de la poesía que lo dice todo con su brevedad. Abelardo y Eloísa son un puñado de nombres que tocaron lo imposible, pero también la idea de que la historia se mueve por la ansiedad del hombre que espera a una mujer.

Bibliografía

LE GOFF, Jacques; Los intelectuales de la Edad Media. Buenos Aires, EUDEBA, 1965.