Por Santiago Ocampos
Escribir algo sobre quién es Juan Carlos Onetti es una tarea imposible, el verdadero escritor solo dejo un número de páginas considerable como testamento en forma novelada. Es uno de esos narradores que son como el rugido de las olas del mar, que al pasar por la memoria, dejan su voz por varios días. Su trabajo, en pos de la literatura, rompió esa línea gruesa entre la realidad y la ficción, que muchos otros autores no se atreven a cortarla. Es tal la gravedad del caso que quedar de un lado y del otro denota un estilo, una forma de escribir; estar con un pie en ambas orillas es la característica de Onetti.
En el poeta uruguayo ficción y realidad pertenecen al mismo campo, se confunden, se trastocan y duermen en la misma cama ¿Acaso imaginar no es un acto tan real como besar a una mujer?
No escribe como un aplomado narrador sino como un poeta en llamas. Tiene la cadencia y la fuerza de los grandes maestros del verso y sin embargo a la hora de escribir se decide por el cuento, por la prosa profunda con una violencia enamorada y cotidiana que cava hondo en la realidad y en esto se parece a Hemingway y a Faulkner.
Las descripciones, al confundirse con las imágenes propias de la poesía, tienden al desasosiego en el lector; el texto mismo es un bote que lentamente zarpa y se aleja del puerto hasta que es tragado definitivamente por el horizonte.
Pocos tienen el privilegio de ver la vida a la usanza de los poetas narrando, al mismo tiempo, con la objetividad propia que caracteriza al profesional de las novelas. Mario Vargas Llosa expresa en su libro crítico de la obra de Onetti que la virtud del escritor reside en el cómo se cuenta y no tanto en el nudo de la historia. El uruguayo de las letras logra, no sin pasión, hacernos sentir el peso de los remos de la embarcación literaria que ha soltado, hundiéndolos en las aguas y este es el único motivo por el cual podemos saber que avanzamos hacia un desenlace literario.
El Pozo es una obra por la cual el autor ha entregado su joven vida por completo. Es en esa batalla literaria donde Onetti entrega rendido, a la literatura, este relato de no más de 45 páginas en el que despliega todas sus armas. En el fondo y a mi entender es una declaración de principios literarios. En la obra suceden, uno tras otro, los recuerdos de un hombre llamado Eladio Linacero, obsesionado por recuperar el fuego del instante del recuerdo para rehacerlo en el presente.
Envuelto en el aura de la ensoñación, las mujeres de Linacero se enredan en sus dedos, creadores de las fantasías descriptas, formando un remolino en el cuenco de agua de la memoria que las refleja. Cada una de ellas es impulsada por una tormenta de palabras que abren el alma del personaje y lo desnudan. Se meten en sus deseos sin pedirle permiso y se duermen en la penumbra de la voz que las evoca.
Onetti escribe con voracidad poética y aún así no puede evitar traslucir su amargura, su sentido de la vida existencialista. Pero, a diferencia del filósofo Sartre, encuentra una salida, una ventana a la mediocridad de la rutina, un código secreto que entrega a sus lectores para que lo descifren. El hombre no está sumergido inexorablemente en su cuerpo sino que puede soñar, volar, aferrarse a las nubes y esa gesta es tan real como intentar escribirlo todo de una vez, suponiendo que mañana se acaba el mundo y al amanecer hubiera otro para seguir creando.
No terminó el secundario y su primera novela El Pozo la escribió a los 30 años. Su huella literaria de palabras es una pisada de hambre, de desesperación, de temor a que el ser se le vaya de las manos y, también vale aclarar que lee de la misma forma. De ojos tristes, reservado, parece en cada parte de esta novela dejar la vida y tirarla contra una silla y abandonar definitivamente sus ropas viejas para ir en busca de otro traje.
Onetti es un hombre que vive a merced a sus sueños y los dignifica en el oficio a cada uno de ellos robándole la noche que llevan en el alma. Aunque aparezca ante nosotros su figura de hombre serio, es siempre ese niño de diez años leyendo en el fondo del aljibe del patio de su casa, que una tarde decidió que la vida tenía sentido, allí donde se libraran batallas comandadas por ejércitos de hombres dispuestos a hacer parte de la vida el territorio inexpugnable de la imaginación. Desde ese momento, el verdadero Onetti dejo el hombre de carne y hueso y pasó a ser el protagonista de sus propias novelas.
1 comentario:
¡Qué placer leer este analisis de Onetti!
El tipo era un genio, protagonista mas de sus novelas, esa línea también la cruzaba con una tranquilidad asombrosa.
Lo admiro mucho.
Un saludo!
Y desde ya te sigo encantada :)
Publicar un comentario