miércoles, 1 de diciembre de 2010

Ceferino Namuncurá

Por Santiago Ocampos

Entre los sueños el sol deshace sus palabras. Las pocas palabras de su voz. El sol le describe el camino. La arena dulce en la boca. Ceferino marcha con sus manos juntas por las bardas. La carta de mamá entre las ropas, el ruido del paso del tiempo. El sueño lo detiene todo ahora. La misma imagen al lado de su cama. La fatiga del ruido. El cansancio de viajes y viajes en los huesos. Los pájaros en la respiración. Tropieza con la noche al abrir los ojos. Extraña mucho.

El rumor de un río a lo lejos, como si el agua golpeara el asfalto. Unos gritos también en la calle. La tropa de caballos levantando las arenas del campamento. El grito de unos niños. El frío mordiendo los dedos. Las lágrimas. La abrupta separación. El huinca y sus pájaros de pólvora. La oración se prolonga. Las manos juntas. Los ojos cerrados. El humo. La luna en un jirón de amor le sostiene los recuerdos. La carta entre las ropas. Es muy tarde. El silencio en el Fortín. La poesía y los caballos caen del renglón de la noche. Otra vez la tos.

La noche es un pañuelo atado al cuello. El ruido del mar. El olor de la pobreza contra la ventana. El cuerpo tibio. Dibuja sueños. Se sienta. Viaja otra vez. La tos. El temblor del cuerpo. Es muy frío el día. Los rostros nuevos. Las manos juntas. Unas palabras en un manojo de español. No habla. Asiente. Tiembla de nuevo. El nudo en la voz de su padre. La rendición. Y la fiebre acompaña su súplica. Camino a Roma Ceferino.

La navidad. La primera de la comunidad. La cruz del sur. El agua se hincha en su frente. Cae rodando por su rostro. Por el color de su piel. El reflejo de los ojos sobre el agua. La caricia primera. Algo rompe el cielo. Otro sueño y otra vez la tos. El cielo cae con el agua por su rostro. La sed. La veranada de las ovejas. La juventud de sus manos. El agua brota de las manos del Sacerdote y cae nuevamente por el rostro de Ceferino. El viento comienza a soplar y a tocar los árboles. Viento del sur.

Hace un esfuerzo Ceferino. Trata de que sus manos no resbalen por el sudor. Mira la imagen. La contempla. Está enamorado. Pide fuerzas. Pide vencer el dolor de sus rodillas. Es muy tarde. Y el viaje aún empieza. Los brazos del padre parecieran alargarse hasta él. Como si lo estuviera viendo, sentado al lado suyo. La memoria se vuelve trabajosa. El frío en las tolderías. El frío empieza a tejerle los dolores del alma. Las estrellas se quiebran heladas. Es tarde. Ceferino mira la imagen. La recrea a través de los ojos cerrados. Va trazando otro sueño de lápiz mordido. Pierde la noción del tiempo. Relaja nuevamente sus ojos. Hace un esfuerzo increíble.

Son ahora las calles empedradas. El griterío. Las personas bien vestidas. La banca. Hombres discutiendo la suerte de su nación. Todo es vertiginoso. El trajecito bien acomodado. Es un señorito. Le incomodan las ropas. Pero quiere ayudar. Quiere ser. Quiere partir el pan en las fronteras del sur. Quiere meterse tierra adentro con el amor y el cuerpo. Quiere enamorar la pampa con sus flores vírgenes. Perfuma el silencio. Se deja llevar. Tiene Fe. El ejercicio de la memoria será su apostolado. Su servicio. Es un hombre enamorado de su tierra y la lleva transubstanciada en su palabra y en su piel. El peregrino de las manos abiertas se ofrece cordero de los sueños de Dios.

Aprende a escribir despacio. Las letras van emparejándose en el cuaderno. Aprende a leer letra a letra. No se le escapa ningún renglón, asume la prueba. Escribe despacio. Tibio. Los dedos calientes. Es tenaz. No se rinde. La paciencia todo lo alcanza. Es aplicado. No se rinde. No se queja. Se concentra con la simpleza de hallar de nuevo para volver a empezar. Cuando se acaban los ejercicios, ayuda. Se entrega para que otros puedan escribir el mismo renglón. Toma su lápiz y lo presta aunque no tenga otro. Pide más ejercicios. Continúa y no termina hasta que todos aprenden. Colabora con la lectura y permite a otros colaborar. Su voz alta es un hombre que camina en puntas de pie. Apenas levanta la cabeza. Y cuando la levanta es para mirar la imagen.

Vuelve a entibiar la garganta con la saliva. La imagen. La oscuridad lo envuelve todo pero la imagen permanece clara. Como una dulzura de luz. Las manos juntas. El dolor imborrable. La noche se consume. A pesar de todo el frío del lugar. De las paredes. De las puertas. Ceferino mira a su Madre. Ceferino conoce las oraciones a las que les da la belleza de los territorios de su padre. Las prolonga como una tarde de la Patagonia. Ceferino acepta en una Capilla de un pequeño fortín su destino. Acepta que la voluntad de Dios para su pueblo sea su sacrificio sacerdotal. Y con las manos juntas se rinde al sueño sobre un banco de madera.

4 comentarios:

quetzalina dijo...

AMÈN la patagonia entera te saluda al recordarle su hijo amado

Anónimo dijo...

Muchas felicidades Santiago!!!realmente precioso la forma del relato, las palabras todas en su conjunto, realmente un arte, una maravilla tu escritura..Me encanto de verdad.Saludos. Sandra Ayala

claudia tejeda dijo...

Bellísimo texto. Una agilidad de palabras para contar una vida ejemplar, en un suspiro que arranca a Ceferino de su imagen de estampita y lo engrandece...
Me encantó!
Un abrazo

Anónimo dijo...

Me emocionó profundamente tu relato, hiciste que se nublara por un momento el teclado y no soy facil de lágrimas pero de pronto vinieron muchas cosas a mi mente entre ellas mi abuela que era devota de Ceferino,de pronto pude contemplar a traves de tus letras la pureza, un alma limpia, solidaria,plena de amor y servicio.Te agradezco tanto las sensaciones que me has provocado.Aplaudo la excelencia de tu obra.Un gran abrazo
Ximena