sábado, 7 de agosto de 2010

Facundo

(del libro El Enamorado de Plata)

Por Santiago Ocampos

…porque la noche suele ser traicionera
y no hay que andar llevándosela por delante.

Ricardo Guiraldes


Pesan los brazos. Incansables. La fuerza inagotable. La pesadez de los siglos. Los músculos tensos. La víctima es la inocencia. El manto helado del mediodía. La sombra detenida. El gesto es contemporáneo a la historia. La fatiga por el rumbo tomado desde Barranca. Lo cotidiano se estremece en las tantas páginas escritas. Tantas cosas escritas que no ayudan a sostener este peso. El embrión bárbaro germina en la civilización. La conciliación está en el cuerpo. Pesado. Con cierto aire para nombrarse todavía. Para dar a luz una palabra. La sangre se queda en el cuerpo. Se pega como la tinta a él. El rostro pierde la máscara de tierra. Pesada como todo el cuerpo. Como toda conspiración. La boca teje la venganza. Los brazos se vuelven torpes. Intento retener esa forma de darse a conocer. De educar el amor para recibir golpes. De entregarse al desierto para que la vida pudiera. Ganar era cosa de pocos. Tu caballo Moro precipitó tu sueño. Se acostó sobre la patria. La misma que perdió ese sueño tajada por el ayuno del destino. Por el cuerpo tuyo pasa la patria. Con un verso romántico prendido en las ropas. Con un verso acaba la historia. Con un verso que hace más que tus tigres y tus llanos. Te señalaron la tumba sin pisar el campo de tu derrota. Estás entregado y cada vez tienes más polvo. No puedo detener la marcha. Me inunda tu piel. Se derraman los gritos sobre mis manos. La cicatriz es el límite entre el hombre y el espejo. En la agonía del sueño se descubre pronto al asesino. Te estaba matando cuando soñabas. El héroe era tu espejo. Te mató la gallardía de ser inmortal. El barco en la otra orilla. Esperaban que partieras. Sabías que te perseguían. Que no se iban a rendir. Era esa patria la que no querían oír de tu boca. Esa te arrebataron. La crucificaron por un precio mayor. La llamaron santa. Tenía los clavos en la boca el asesino cuando entendió que estaba allí. Siempre te esperaron aunque ninguno dejó de retener tu grito. El final de un hombre siempre es el final de otro. No logro ver el sol desde mi posición. Demasiados edificios. Ventanas cerradas. Calles llenas. El vacío es reflejo de otro mundo. Estoy extenuado. Tengo ganas de llegar. De pedirle permiso a la historia. Tengo ganas de beber la sed que me quita las fuerzas. La gente no mira. Tienen miedo. El aroma que me llega es el de la sangre. Como si estuviera en todas partes. Desde que salí no ha dejado de aparecérseme por el camino el vuelo del cóndor ciego. Pasa por mi cabeza. Con toda su sombra. Con el ejército francés navegando en los mares que proyecta su vuelo. Vuelo violento. Desarmado. Cobarde. Es una sensación de estrellas mezcladas en la mirada. La espada es el brillo de una patria forjada en el silencio hondo de los fusilados sin justicia. Sin nada. Los bolsillos vacíos. El corazón blando tiene como las migas del amor Dorrego. Atado al cielo prometido. Atado al verso como Facundo. Atado Dorrego escribe el poeta en forma de cóndor. Creyéndose cóndor el poeta ata a Dorrego a la ignominia de sus razones pero no al corazón. No al vientre de la bandera. Y Lavalle pierde los ojos. Lavalle tiene algo de Tebas y las rosas de Amalia flotan en el agua degollando el atardecer en otro mundo. Caminar. Por entre las cenizas. Sentirlas calientes. Abrasando los pies. Atravesando la palabra con el facón. Inducir que se han equivocado. Los hombres alados no dejan de volar por eso tu retorno tiene la caricia de las flores. Tiene esa insoslayable humana transparencia. Me tocan las ramas violetas. Frutos violetas rozando tu rostro. Tratando de robarte lo mismo que buscan: la patria. Se escribe del otro lado de la Cordillera. Se escribe lento. Seguro. Firme. Te describen Facundo. Pero pesas como la fantasía del unicornio. Como si todo tu cuerpo fuera el alba. Te voy dejando un verso. Quisiera ser valiente. No puedo. No tengo la paciencia de tus viajes. Recorres demasiadas horas. Te persiguen todavía cuando te escriben. Quieren eso que llamabas religión o muerte. Te creyeron inmortal por eso no quieren que los dejes afuera de tu vuelo. Te sueñan cuando lo hacen atados a Dorrego. Atados al verso. Al desierto. Por fin llegamos Facundo. Te dejo caer sobre un banco de la plaza cerca de la pirámide. Te cierro los ojos. Te despido. Te dejo allí para que te acuerdes cuando hagan un homenaje que siempre te persiguen porque no pueden llegar nunca a Barranca Yaco porque temen con el corazón que la patria los haga derramar tu sangre.

3 comentarios:

quetzalina dijo...

Soberbio texto que se adentra en el significado de la Argentina de los mártires. La sangre del pueblo ha seguido derramándose en La Rioja. Este año estuve alli.Si bien el Chacho Peñaloza es la fotografía de los riojanos, fue Facundo, presidente, el que trajo la polvareda hasta la Plaza de Mayo

Marta Sánchez Mora dijo...

Me quedo, a pesar del irresistible contenido de tus palabras, con el estilo. Esas frases cortas, precisas, llenas de rabia y sentimiento. Prosa poética llena de imágenes etéreas... Felicidades desde España.

Nacho Fernandez dijo...

Estimado Maestro:

Recien estoy leyendo lo que has escrito y hago una pausa en este viaje infinito por el paraiso de las letras para agradecerte esa transmisión de conocimientos que nos hace abandonar la desvergonzada ignorancia que disfrazamos con un ego hipócrita cada vez que nos comunicamos con las palabras, enterrando el silencio.

La historia que estás relatando es excelente pero los matices que incorporas es de un Genio que absorbe al lector.

Gracias de corazón.