viernes, 6 de mayo de 2011

Cruzando del presente a la memoria - Comentario sobre La Mujer de Strasser de Hector Tizón-

Por Santiago Ocampos


Hector Tizón es un escritor rabiosamente poético. Con la misma ternura con la que acaricia la piel de una mujer y la abre en la oración como un abanico en verano, puede describir la cicatriz de una herida de bala supurante. El trabajo literario de sus novelas permite que las palabras retornen de su exilio semántico para darles la misión de describir la intimidad de sus personajes.

La Mujer de Strasser versa sobre la construcción de un puente en un recóndito paraje del norte argentino. Un ingeniero y su mujer huyen de la Segunda Guerra Mundial abandonando todo para volver a dar cuerda al reloj de la vida, a partir de una intensa reflexión acerca del miedo y del amor.

Wilhem Strasser, el refugiado y a  cargo de la obra, aparece frente a los lectores,  por medio de sus gestos y su casi irrenunciable tarea de no renunciar a la utopía. En el avance de la narración, el deseo de vivir se le irá esfumando de los dedos y su semblante adquirirá los contornos del paisaje.

Hilde, la mujer del ingeniero, se ve obligada a afrontar un pequeño viaje dentro de sí misma. Rodeada de hombres, su mente naufragará en un constante devenir entre el presente y el pasado. Arropada por el calor de sus sueños, sólo atina a desandar la memoria con los pies descalzos y saciar así su propia sed femenina. Con dolor toma conciencia de la soledad que la rodea que prolonga la infinitud de los días.

Janos, amigo de la pareja, intercederá por los lectores en la novela y a través de sus palabras, intentará darle al lector la noción del tiempo del relato. Atormentado por un pasado combatiendo en la Guerra Civil Española donde conoció la muerte, este hombre de carácter hosco es el único que no huye de la realidad, al menos no lo intenta.

Héctor Tizón, cuál si fuera un alfarero, va dando forma al alma humana con el barro de su propia memoria y sus personajes están sumidos en la urdimbre de los recuerdos que escuchó a lo largo de la vida. Sumergidos en un mundo interior tan inhóspito como el exterior, los protagonistas no están atados a ningún tipo de cronología posible porque son un momento en la imaginación del autor.

 El puente es un pretexto para cruzar entre lo que es y lo que fue, entre la vida y la muerte, entre el amor consumado y el que queda como vino en el fondo de un vaso, y también para acercarnos una historia, un retrato de la propia simiente del escritor que incorpora a su mundo ficcional las palabras con las que construye las imágenes de su propio abuelo y de Yala, su pueblo natal.

1 comentario:

Gonzalo Villar Bordones dijo...

puente n un universo de laberintos.