Por Santiago Ocampos
Ernesto Sábato fue un hombre a la altura de su tiempo, un soñador con los pies en la tierra. Su trayectoria está signada por decisiones trascendentales, que a la vez lo vuelven un profeta. Haber tenido en sus manos la bomba atómica que después se usó en Nagasaki y Hiroshima lo marcó para siempre. Un poco de ese Sábato físico, de laboratorio, voló por los aires en Japón y con esos huesos, de aquel agosto del 45, decidió, sin más amor que el de la palabra, escribir a favor de la naturaleza humana sin miedo a la muerte.
Quienes leímos con pasión sus libros, en nuestras horas adolescentes, adultas, nos enfrentamos de golpe con nuestras propias esperanzas, oscuridades, fragilidades, recorriendo laberintos y lugares y sentándonos en un banco de Plaza Lezama para entenderlo. Darnos cuenta de nuestras propias miserias, incapacidades y de lo mucho que todavía nos falta para hacer una sociedad justa no es tarea fácil. El escritor hacía que tomemos conciencia del valor de la palabra por sobre los actos de prepotencia, que avasallan nuestra dignidad, contra los que necesitan levantar la voz para imponerse por la fuerza del dinero.
Ernesto Sábato nos enseño un camino para la paz y la concordia. Existencialista, ateo, hacedor de lo sagrado de las pequeñas cosas cotidianas, leer para él era un gesto a favor del género humano, porque pensaba que el encuentro con los otros salva, abre la integridad del alma y nos permite vernos en un espejo.
Muchos pensarán que sus libros hablan de la oscuridad, de cosas macabras, de pesadillas inabordables, de ciegos, de informes, de procesos, de amores contrariados; pero cuando el maestro escribe sobre esto lo hace para enseñarnos el camino de la luz, para hacernos tomar conciencia que nuestra existencia, aún estando sumergida en el ahogo de la propia voz, siempre tiene salida porque existe el amor, la espontaneidad del abrazo. En esto se visualiza esa Fe demencial que tenía por creer al hombre capaz de la solidaridad.
Acorde a su pensamiento, decidió enfrentarse y ver el horror de la última dictadura militar, cara a cara, aceptando participar de la redacción del Nunca Más. Asumió la tarea con valentía y no renunció, ni claudicó. No necesitó falsear la historia para escribirla, lo que habla de su coraje. Su encuentro con el testimonio del dolor le permitió comprender, llorar, creer más. Trabajar por la justicia era hacer lo que pensaba porque su corazón buscaba como un náufrago el calor de la vida.
Escritor de oficio, de trabajo, obrero de la expresión precisa, Don Ernesto Sábato nos deja con una gran responsabilidad, una tarea titánica por cierto, la de retomar sus libros, todas sus palabras y hacerlas florecer, para que podamos tener la valentía, que el sí tuvo, para construir una sociedad justa, más humana, que recupere el valor sagrado de la amistad, de la conversación, de la dulzura, de la política, de la existencia misma.
1 comentario:
Te visito por primera vez y me encuentro un blog muy interesante y bien construido y tratado, te seguiré la pista, un abrazo
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