lunes, 27 de diciembre de 2010

FELIZ AñO NUEVO A TODOS

Muchas Gracias por seguirme este tiempo y los espero a fines de enero como siempre, mièrcoles y sábados con toda la actualidad literaria y cultural!

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Sueña

Por Santiago Ocampos


Sueña con el camello pisando la arena


Sueña con la hora tres de la tarde

sueña con el final del juego

sueña con la cabeza golpeando el papel

sueña dando la voz de mando

sueña con las sabanas despiertas

sueña en la fila de hijos del rezo

sueña con el trigo entregado a la orilla del camino

sueña con el pájaro de tus ojos abrazado a los suyos

sueña con el infinito labrado a la par del corazón

sueña con el frío de tus pies besando la mañana

sueña con la mañana que ha dejado tendida su ropa

sueña con el parnaso en la mano de la infancia dibujado

sueña con la palabra del libro de tapa azul

sueña con el ruido de las llaves al abrir una puerta

sueña con lo no dicho

sueña escribe ella.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Leyendo a Juana Bignozzi



Por Santiago Ocampos


Partiré tristezas dulces sobre la mesa

la memoria come pájaros de tierra

y desaparece por la ventana de Chagall

también los niños son tragados por la cerradura

partiré un pedazo del libro y caminaré mi calle

otra vez el ayer en un rostro sonámbulo

en un feriado sin caramelos

partiré las escaleras de la belleza

cavando las cartas

derramadas por Plaza Francia

todo para llegar antes.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Leyendo Imposible Equilibrio de Mempo Giardinelli

 
Por Santiago Ocampos


El calor era insoportable

el follaje verde haciendo

juego con el sol

de la siesta

voy por la ruta

con una mano aferrada

al volante

y la otra mano en tu rodilla

aumento la velocidad

se que nos persiguen

me contiene tu amor

perdí el miedo hace tiempo

en épocas de la dictadura

tengo un nudo en el estómago

Clelia me sirve un mate amargo

nos espera el globo

en la costa correntina

al menos en la cárcel

puedo ver el cielo.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Comentario poético de Romance de la pena negra de Federico García Lorca

Por Santiago Ocampos

Soledad: Federico toca tu pena, tu pena lo está acariciando en el sueño, Federico: su pena está cerca de la tuya, Soledad: se te fue muriendo ya en la tarde, Soledad es ahora una hoja en blanco, Federico: la estás viendo caer con el sol, Federico: te ruego que le abras tu puerta, Federico: la noche se te pone más oscura cuando ella sufre, gime, sus lágrimas arañan tus sábanas, Federico: esto no es una poesía es un ruego hondo, una carta con urgencia, Federico: se queda sin aire tu rima, Federico: Soledad te espera en su cama, Soledad tiñe tus sábanas con sus sueños, Soledad: Federico está pidiendo al degollar la aurora sus gallos tu palabra, tu delicia, tu pecho que es un tajo donde se adentran los hombres de la literatura para abandonar sus penas, sus penas terrestres, desdichas de amor como la tuya Soledad, te pide paciencia Soledad :no la escribas tan rápido Federico, que no la describas tan rápido: Federico, dibujala al compás de tu color, en tinta negra, con el claroscuro de un vaso de agua contra la simiente enamorada del sol de madrugada, Federico: escríbela más despacio para que no se ahogue en su llanto, para que Andalucía no se hunda en su paño húmedo, despacio: Federico, es un ruego, Federico: déjala ya en la escritura, déjala ya al borde de poesía, déjala ya que es un hecho literario, Federico: no rompas su mirada en el papel, no la dejes bajar de su monte oscuro, Soledad: está fundido en las lágrimas tuyas Federico, Federico: no quemes el suelo con tu paso, con tu andar enjaulado, con tus alas cortadas, con tu revolucionaria forma de hacer el amor en el verbo, déjala que llore, irremediablemente, Soledad nos abandona por ti, por tu trazo amarillo, de cobre, huele a todo menos al color, sobre caballos sudorosos sus lágrimas cabalgan, lágrimas celosas, con grillos oxidados marchan a la pena negra, Federico: te pido piedad cuando la escribas, cuando la sueltes en el jardín dónde habitan tus flores, déjala correr Federico, Soledad enamorada hacia otro lugar va, por otro camino empapada de misterio, Soledad nos despide Federico, no la dejes marchar tan pronto, despierto es como deben escribir los poetas: Federico, en tu generación no la dejes olvidada a Soledad con la piel forjada en una fragua de tinieblas, sus pechos redondos, su poesía junto a la tuya dan una vuelta completa a la tierra, a la luna, Soledad: pregunta por ti, te busca Federico para ponerte áspera, para que su trazo sea firme, para que su pulso no tropiece cuando te imagine, cuando te quiera, no lo dejes llorar, Soledad no quiere alegrías, quiere dejarse estar en la pena negra, Soledad empieza a desbocar su ternura en la playa, sus pies descalzos también se llenan de arena dulce, Soledad tiene el cuerpo temblando de amor, tiene un rumor bien tuyo Federico, ese rumor que suele sembrar tigres, Federico: la llevaste al mar, Soledad tiene pena negra, tiene ansias, toda su mujer llora, todo el deseo por entero jugado en su mujer tiene, Federico: siente su olor a olivos cuando la presentes, Federico: no te desvivas por ella, Soledad tiene el deseo de tierra como los marineros al volver a casa, Soledad está ebria, Soledad no escucha, Federico: no hables, no pises su vestido, no intentes desvestirla, su corazón tiene una pena negra, una pena de flores silvestres cuando llegan los días de frío, zumo de limón su beso, agrios saben sus labios, marchita el color, ella tiene una pena inmensa Federico, Soledad: Federico tiene una pena parecida a la tuya, Federico: la pena de ella es la tuya, el río desparrama su pena, corre Soledad con sus dos trenzas, Soledad espera un poco más de amor tuyo, Soledad: Federico tiene de azabache ya su carne, su ropa, su diálogo negro, todo es suyo, Federico: traza con lápiz negro su destino, ella no es ninguna epifanía, ella no tiene de blanco nada, Federico: déjala correr, déjala perder todas sus camisas de hilo, sus muslos de amapola, su virginidad, lávala Federico con agua de las alondras antes de expresar tu propio deseo, lávala con el perfume de España antes de la guerra civil, lávala con las mareas bajas cuando cosechabas el trigo de tu propia juventud, cuando en la escena de un teatro madrileño eras actor, cuando te volvías poeta, con esa agua y la de las alondras báñala, mojale sus cabellos con el recuerdo de tus manos, con lo posible, con lo que puedas, lávala Federico antes de que ella parta de la memoria del pueblo andaluz, perfumada te gusta Federico que llegue al sueño tuyo, déjale la paz de tu poesía Federico, déjala tendida, déjala que el amor la espere, deja que el amor haga lo suyo Federico, Soledad: deja que Federico haga lo suyo, pena negra, pena negra, te pareces a los días en los que espero la nada, pena negra que canta como un río por abajo, como una bienvenida pena negra llegas en soledad, pena negra gitana siempre sola, la madrugada pasa, y un cauce nocturno extraño todo se lo lleva, la madrugada pasa, la pena no, la pena de Federico al verla a Soledad terminar de desnudar sus palabras, al verla marchar así para siempre de la poesía, no.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

José Hernández

Por Santiago Ocampos

A caballo iba Tadeo Isidoro Cruz la noche que encontró a José Hernández envuelto en una fiebre, en el piso, contra el alambre de un campo cercano a Trenque Lauquen. Convulso se movía, la mirada perdida, tendido, como en un trance, el revólver en el cinto sin balas. Una noche de la literatura argentina, Tadeo Isidoro Cruz bajó de su caballo y le preguntó su nombre y de donde venía y obtuvo como respuesta una libreta que arrebató de las manos temblorosas del poseso y que cuentan que abrió al azar y pudo leer, presa del pánico, como su nombre iba repitiéndose tantas veces, hoja tras hoja en el filo de la luz de la luna, con las manos de un gaucho mal hablado y sucio que le sujetaba el cuello y le pedía un par de caballos para escapar por el desierto, la inspiración de la poesía descifraba el futuro por la posición de las estrellas que dibujaba, en el fondo del cielo, el aliento ígneo de la pampa entera sobre el papel, desbocada la palabra por la prisa de un ejército de poetas, protagonizaba su entereza al borde del camino entibiada por las voces que le arañaban un puñado de versos con la guitarra hombres desertores que batían a duelo a la soledad por otra vida ajena a la miseria que el gobierno les negaba, una vida con apellido y sin hambre, entre el alcohol y la peste se distinguía Martín Fierro que junto al oficial Tadeo Isidoro Cruz llegaron donde los muchachos muertos de frío y olvidados en el vientre de un país empuñaban la rabia que les pertenecía por ser argentinos y todavía sin cerrar el día un tal José Hernández en una oficina de Buenos Aires los escribía, agotado como la luz de una vela a punto de extinguirse y con más coraje que virtud, porque ese día en una ensoñación que parecía real dos hombres habían golpeado la puerta de su casa preguntando por él y al no obtener más respuesta que el silencio huyeron por el horizonte mientras caían de la memoria del escritor las sombras de la tarde.

sábado, 4 de diciembre de 2010

Jean Jacques Rousseau

Por Santiago Ocampos

Arrastraba el alma, entibiada tras una infancia prematura de palabras y versos de nieve, de la política a la pequeña Francia que armaba de memoria con todas sus ciudades y accidentes en el exilio, con todas sus fronteras, sus montañas y sus mares violentos por los nuevos pensadores que hacían redoblar la sangre, presto siempre a una batalla intelectual con los fantasmas del amor, la teoría, la capacidad de poetizar de la nada, admirador del orden y precursor de las balas del romanticismo que ya poblaban Europa de sombras y leyendas medievales, entrado en años siguió clamando, trocando las palabras por la soberanía de reyes viejos, de príncipes herederos, cuestionador, sonámbulo, encantador de idiomas, Jean Jacques Rousseau por la cuesta del delirio y entre las sábanas de mujeres decadentes, con más contención que unos pies fríos, deambula Jean Jacques Rousseau por los poblados cielos de la historia con prisa y sin prudencia desertando de los ejércitos de la locura que lo asaltaban cuando contaba los años que le quedaban a la revolución después de los jacobinos, morir sin soñarla y sin ver el juicio de los inocentes, morir sin tantearla en la húmeda caricia de otra mujer cualquiera menos enamorada aún, más blanca, más previsible que le dibujaba con la boca, en las líneas de sus manos, las imágenes de las tertulias, las horas sin comer, los bailes de Versalles, el escritor Jean Jacques Rousseau gritaba hasta alcanzar las estrellas con las que iluminaba la pequeña sala hasta que el aliento impregnaba la ventana y la luz del escritorio anunciaba el fin de la práctica militar de la escritura y la noche dejaba su lugar a la plegaria aprendida, en la soledad de las oraciones que repetía de niño sin tropezar siquiera una vez, cuando todavía era libre y conciliaba el cansancio del cuerpo con los interminables viajes de Aristóteles en el mapa antiguo, que desplegaba su padre, el otro, sobre la pared, antes de crecer y partir en busca de las convenciones sociales, de los compañeros, de la sociedad, del abrigo de una mujer y de las armas empuñadas, antes de tomara la Bastilla y marchar más tarde a las campañas grandiosas de Napoleón con los ojos llorosos y tener que explicar en mitad del camino y en un pizarrón sucio, la teoría política a los soldados hambrientos y vencidos que leían con los uniformes rotos como se iban hundiendo los tesoros de un país que alguna vez lo confinó al destierro y lo obligó a pactar con el amor que proclamaba su propia voz que se perdía en el vacío de la soledad, para no sentirse indefenso, sin fuerzas, arrojado a los perros hambrientos del tiempo.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Ceferino Namuncurá

Por Santiago Ocampos

Entre los sueños el sol deshace sus palabras. Las pocas palabras de su voz. El sol le describe el camino. La arena dulce en la boca. Ceferino marcha con sus manos juntas por las bardas. La carta de mamá entre las ropas, el ruido del paso del tiempo. El sueño lo detiene todo ahora. La misma imagen al lado de su cama. La fatiga del ruido. El cansancio de viajes y viajes en los huesos. Los pájaros en la respiración. Tropieza con la noche al abrir los ojos. Extraña mucho.

El rumor de un río a lo lejos, como si el agua golpeara el asfalto. Unos gritos también en la calle. La tropa de caballos levantando las arenas del campamento. El grito de unos niños. El frío mordiendo los dedos. Las lágrimas. La abrupta separación. El huinca y sus pájaros de pólvora. La oración se prolonga. Las manos juntas. Los ojos cerrados. El humo. La luna en un jirón de amor le sostiene los recuerdos. La carta entre las ropas. Es muy tarde. El silencio en el Fortín. La poesía y los caballos caen del renglón de la noche. Otra vez la tos.

La noche es un pañuelo atado al cuello. El ruido del mar. El olor de la pobreza contra la ventana. El cuerpo tibio. Dibuja sueños. Se sienta. Viaja otra vez. La tos. El temblor del cuerpo. Es muy frío el día. Los rostros nuevos. Las manos juntas. Unas palabras en un manojo de español. No habla. Asiente. Tiembla de nuevo. El nudo en la voz de su padre. La rendición. Y la fiebre acompaña su súplica. Camino a Roma Ceferino.

La navidad. La primera de la comunidad. La cruz del sur. El agua se hincha en su frente. Cae rodando por su rostro. Por el color de su piel. El reflejo de los ojos sobre el agua. La caricia primera. Algo rompe el cielo. Otro sueño y otra vez la tos. El cielo cae con el agua por su rostro. La sed. La veranada de las ovejas. La juventud de sus manos. El agua brota de las manos del Sacerdote y cae nuevamente por el rostro de Ceferino. El viento comienza a soplar y a tocar los árboles. Viento del sur.

Hace un esfuerzo Ceferino. Trata de que sus manos no resbalen por el sudor. Mira la imagen. La contempla. Está enamorado. Pide fuerzas. Pide vencer el dolor de sus rodillas. Es muy tarde. Y el viaje aún empieza. Los brazos del padre parecieran alargarse hasta él. Como si lo estuviera viendo, sentado al lado suyo. La memoria se vuelve trabajosa. El frío en las tolderías. El frío empieza a tejerle los dolores del alma. Las estrellas se quiebran heladas. Es tarde. Ceferino mira la imagen. La recrea a través de los ojos cerrados. Va trazando otro sueño de lápiz mordido. Pierde la noción del tiempo. Relaja nuevamente sus ojos. Hace un esfuerzo increíble.

Son ahora las calles empedradas. El griterío. Las personas bien vestidas. La banca. Hombres discutiendo la suerte de su nación. Todo es vertiginoso. El trajecito bien acomodado. Es un señorito. Le incomodan las ropas. Pero quiere ayudar. Quiere ser. Quiere partir el pan en las fronteras del sur. Quiere meterse tierra adentro con el amor y el cuerpo. Quiere enamorar la pampa con sus flores vírgenes. Perfuma el silencio. Se deja llevar. Tiene Fe. El ejercicio de la memoria será su apostolado. Su servicio. Es un hombre enamorado de su tierra y la lleva transubstanciada en su palabra y en su piel. El peregrino de las manos abiertas se ofrece cordero de los sueños de Dios.

Aprende a escribir despacio. Las letras van emparejándose en el cuaderno. Aprende a leer letra a letra. No se le escapa ningún renglón, asume la prueba. Escribe despacio. Tibio. Los dedos calientes. Es tenaz. No se rinde. La paciencia todo lo alcanza. Es aplicado. No se rinde. No se queja. Se concentra con la simpleza de hallar de nuevo para volver a empezar. Cuando se acaban los ejercicios, ayuda. Se entrega para que otros puedan escribir el mismo renglón. Toma su lápiz y lo presta aunque no tenga otro. Pide más ejercicios. Continúa y no termina hasta que todos aprenden. Colabora con la lectura y permite a otros colaborar. Su voz alta es un hombre que camina en puntas de pie. Apenas levanta la cabeza. Y cuando la levanta es para mirar la imagen.

Vuelve a entibiar la garganta con la saliva. La imagen. La oscuridad lo envuelve todo pero la imagen permanece clara. Como una dulzura de luz. Las manos juntas. El dolor imborrable. La noche se consume. A pesar de todo el frío del lugar. De las paredes. De las puertas. Ceferino mira a su Madre. Ceferino conoce las oraciones a las que les da la belleza de los territorios de su padre. Las prolonga como una tarde de la Patagonia. Ceferino acepta en una Capilla de un pequeño fortín su destino. Acepta que la voluntad de Dios para su pueblo sea su sacrificio sacerdotal. Y con las manos juntas se rinde al sueño sobre un banco de madera.