miércoles, 27 de julio de 2011

Como en un sueño...

Por Santiago Ocampos


Como en un sueño, como algo inesperado, ambos, ella y yo, acariciándonos, tocándonos en silencio, derramados uno en el otro por la palabra, por la piel, por el temblor imprevisto como si se nos derramara el sol de la boca al pronunciarnos, al nombrarnos, peregrinos, nos vamos descubriendo, nos vamos explorando, tus manos sobre las mías en lo invisible,  las noches imaginadas,  cayéndonos uno sobre el otro en un verso de verano, como si nada sirviera y hoy todo fuera tu cuerpo, tan lejano, la luna, el corazón, el aliento que te besa el cuerpo suspendido en la imaginación de la poesía, y te inundo, la delicia a favor de ti, y somos dos, y algo intentamos, algo inventamos y otro encuentro otro de nuevo, y tiemblas cada vez más , con la caricia a punto de nacer, de querer alcanzar  mi rostro y estamos frente a frente, el poeta en las arenas ardorosas que recorren cada mirada tuya y las promesas sin escribir van bordeando y te van abrazando, deseándote, tu cuerpo por mis manos y  lo creo y todo aunque no es más que otra noche vestida de tu pefume, de tu beso, la memoria es toda la textura, el tacto, la vida que late por el deseo, impreso, tieso, invencible, desbocado que me pide que te escriba una y otra vez, interminables veces para volver a sentirte, tocarte, en los versos que te volverán a traer, que volarán hacia ti con todos los nombres de las noches, que vuelan a ti como pájaros de madrugada.

viernes, 22 de julio de 2011

un puñado de poesías

Por Santiago Ocampos


EL VERSO LA NADA INTENTA

El verso la nada intenta
contra el cristal de la tarde
contra el crepúsculo se estrella el verso,
en un sendero terrestre su pena arrastra,
como un penitente a la nada camina,
aparición temprana apalabrada,
pequeño, inhóspito, oleaje,
el verso escribe sobre el margen de las líneas,
quieto, como si eso fuera algo irremediable,
serias el verso las alas tiene,
por su forma el verso ya la nada
en los ojos tiene,
por el sólo intento el verso la nada es,
porque apenas puede prefigurar el encuentro,
como un otoño insondable su cuerpo
prolonga, en demasía su deseo alarga porque
el fin no quiere y por eso pretende existir,
por eso a la nada sobrevive y parte,
y a la nada parte con su luz penitente,
como si poeta o toda la literatura fuera,
 por encima del sol trazado en la
imaginación parte al fin, con sus
veleros hinchados de mujer, de pasado,
parte al fin el verso rozando la superficie
del papel, perdiéndose en el vacío de un hombre
de un hombre que marcha, con prisa,
hacia la piedad del presente.

LO REAL DE LO IMAGINADO

Leerá un sueño a orillas de un río
y no sabrá si ha cruzado o simplemente
si ha dormido acompañada por el sol de
la tarde, gigante, enamorado,
tendida, abandonada,
la partida la empezó un hombre
en otra dimensión del espacio o del tiempo
una tarde cualquiera bajo los árboles
polvorientos apoyados contra las murallas
de las sombras
que permitían ver, a duras penas, la figura
y el movimiento
(eterno, etéreo, de su cuerpo, belleza,
aliento del sol en la piedra)
sobre el dibujo, donde debían terminar el juego,
trazado en el interior de una barca
amarrada al otro lado.

viernes, 15 de julio de 2011

¿Dónde?

Por Santiago Ocampos


¿Dónde estás? ¿Dónde? En las golondrinas cuajadas de blanco de la noche que aletean el silencio y en el presagio del futuro roto por la melancolía de la luz ¿La melancolía es un espacio? Un espacio del olvido. La mañana huye. El viaje se hace lento. La belleza rima en el silencio nuevo que pierde el amor al impedir la ilusión. La piel hace volar sus pájaros y la palabra trae desolación ¿Mis aspiraciones literarias son fantasías de la historia? La conjugación perfecta entonces. La primavera es este silencio. Esta cofradía. Este voraz sortilegio. Está empecinada lucha. Tenaz. Cuerpo a Cuerpo como si una poesía tuviera el coraje de traerme tu pájaro. Tus manos. Tu atisbo ¿Tu deseo llega en silencio? Como si la noche fuera puro deseo. Como si el cuerpo no amarra las manos a las estrellas o gaviotas o lo que fuera. ¿Por qué? ¿Dónde estás? Aprendiz humano tal vez. Novato. Trepado al amanecer que trae la congoja al sueño. La brisa también es un espacio nuevo construido a destajo. Una influencia literaria despersonaliza tu figura. Un salón literario parece la poesía. Parece una idea sin ideología. Sin cabeza. ¿Eres realmente? ¿Amas o no amas el ritmo? La tensión es violenta porque apenas escucho el silencio. Las aguas de las estrellas que trae ese silencio  ¿Dónde estás? En las ramas del otoño. En el beso que no llega hoy. Que no llegará. La pregunta y la respuesta es o no ¿Una mariposa? La cuestión de si un papel en blanco dice algo. La poesía rima y tima y el silencio ¿es su espejo? Un viejo juego poético. Un nuevo ¿Paradigma? Las líneas del tiempo. La razón. ¿Dónde estás? Cicatriz cerrada en un abrir y cerrar de ojos ¿Abriga el silencio? Con más silencios. Con más silencios y sin embargo la inspiración es un pretexto para habitar en el sol. Llegan los heraldos del olvido impresos en los mapas de tu palabra, De tu palmo. Tu oxímoron. Mariposa oscura ¿Estás? 

sábado, 9 de julio de 2011

Te conocí (Parte Final)

Por Santiago Ocampos


Venías montada en un unicornio y a la locura. Pidiendo mi ayuno. Mi amor. Metiéndote por el alma de mi paso siguiente. Las vueltas del insomnio. Dormir afuera. El todo tuyo siendo. Siendo la nada. Siendo una acrobacia en tu boca el arte. Tu escritura incipiente. Tu corazón incipiente. Y sin embargo el ayer te perdía. Te creaba. Te hacía atravesar el silencio de un desierto. Los abismos insondables. El océano roto. A la una de la tarde no me escuchabas. Te zambullías dentro buscando el sol. Buscando el aviso temprano del dolor. La carta. Lo romántico. Lo que quedaba. Te metías con el alma. Y te aferrabas a ella como si temieras perderla. Querías escribir. Escribir. Eras mi virtud. Mi arte. Eras una mujer sin la forma. Sin poesía. No tenías la forma. La provocación.

Desesperadamente querías navegar. Por el alma. Por la luminosidad brillante de un jardín abandonado. La flor platónica, la inalcanzable esa querías ser. Sembrarla a tu día. Por tu huerto sembrarte. Te gustaba ver llover por el olor a sembradío fértil de esa rosa. Ver llover. Encontrar. Emprender. Amabas esa rosa. Ese coraje poético te ponía más rebelde. Te alejaba de mí. Y sin embargo tu ambición no tenía amor. No me veías aunque te sintieras bien. Desnuda estabas como queda el cielo a la hora del atardecer. Eras poeta. Y te definías así. Y no dejabas de escribirte. Obsesionada por la flor. Creyendo que la tendría me conociste. Querías llegar. Remar. Pasar el tiempo. Enamorarte no. Abrazar. Apagar la noche tendiendo la cama. Cerrando los labios. Deslizándote por mis sueños. Buscando en ellos la joven flor platónica, la de Borges. En un fervor porteño querías hallarla. Tomarla. Invadirla. Soñándote despierto dentro de mi sueño. Golpeando lo irreal. Junto al unicornio habían sugerido decir que la encontrarías. Que ambos bebían el mismo alimento. La misma fantasía. Y te acostabas boca abajo en el pasto. Frágil. Buscando aliento dentro de mi sueño. Chocando. Resbalando en el barro íntimo. Te confundías en mi piel. Tampoco ibas a encontrar el unicornio porque nunca encontraste nada. Te lo había dicho. No irías nunca a ser poeta buscando mi existencia. Mi presagio. Mi asteroide. Y te quedabas dormida dentro mío. Allí te encontraba la mañana siguiente y quería tocarte.

 Despertarte. Tocarte las manos frías. Heladas. Como si hubieras dormido a la intemperie. Como si mayo hubiera pasado por ti. Te conocí así. Vestida por la luz tu presencia en mi desazón. Mi poética concupiscencia de eclipse encantado intentaba librarte un nacimiento. Soltarte. Hacerte volar. Palabrarte con mis palabras. Enamorarte con eso. Volvías a tu casa. Enojada. Furiosa. Yéndote de mi cama en una barca. Partías devolviéndote a cambio la realidad. Querías escribir. No podías tomarme. Me limpio. Me sano. Me marcho también yo para que la fatiga tenga algo de olvido. Para que tus manos encuentren en el jardín la joven flor platónica, la tuya, la que no veías, la que dejé de buscar una mañana, la que conocí una mañana o una noche debajo de un libro, la que dejarás de buscar cuando tiendas las sábanas de tu cama y veas en el vacío el dibujo de mi sueño que intentarás volver a escribir ya más grande, y, verás la barca partida contra la costa, verás en ese dibujo mínimo, exacto, la imagen de la joven flor platónica, la que no encontrarás mañana porque hoy se hace tarde para volver a escribirte, para pedirte que lo hagas por mí.

domingo, 3 de julio de 2011

Te conocí (Parte primera)

Por Santiago Ocampos


Te conocí. El cuerpo llevabas vestido de palabras. De poesía. De colores. Los ojos hinchados de llorar. Te conocí por dentro. Profunda. Salivada por la luz del amanecer. Entre las manos el amor. Como una ofrenda llevabas el amor. Al banquete de la filosofía diaria. Llevabas el amor en la poesía. En el hecho literario provocado. Remolino de río. La caminata prolongabas por encima de los libros no escritos. Las orillas del tiempo concluían a tiempo. Marchabas a pie por la superficie del deseo.

Te conocí porque seguías al sol. Porque tu dibujo tenía garabatos amarillos. Flores. Ventanas. Comprometías la ternura a lo mío que te correspondía. Amante de la soledad. Pájaro de la suerte. Te metías en el recuerdo, en las tramas del pasado. Bebían tus flores la pobreza de mi inspiración. No escribías porque lo haría yo mañana. Y esperabas. Mediodía. Te impregnabas con las palabras. Te volvías una de ellas. Viajabas. Te volvías una mujer al acercarte al vacío de mi noche. A mi poesía. A mi Buenos Aires. Entrabas sin pedir permiso. Riéndote. Como siempre. Como si ayer hubiera sido siempre. Detenías tu queja. Escondías tus pentagramas en el tiempo. Punteabas la guitarra.

Te derramabas con la música. Te volvías maga. Le ponías alas a los segundos. A los segundos que dejaban de existir. Que no fueron. Perdidos segundos en el tejido de tu piel por el reclamo de una noche de invierno. Se volvía ya largo el futuro invierno. Se volvía un pretexto y la palabra intentaba soportar la luz. El verso espontáneo. Costaba poner hora a tus encuentros. Tu inagotable trajinar por mis recuerdos. Te volvías lluvia o cielo o no recuerdo aún. Una metonimia de la soledad la memoria de tu caricia. Un ocaso ya. Una proximidad. Un acto de justicia.