(Artículo publicado el 6 de enero de 2013 en la edición matutina del diario La Mañana Cipolletti)
http://www.lmcipolletti.com.ar/noticias/2013/1/6/gambeteando-la-memoria_53448
Osvaldo Soriano fue
uno de los mejores escritores de Argentina. Escribió cuentos y libros
memorables que pasan de generación en generación y son traducidos a diferentes
idiomas. Exiliado en Europa, vivió en varias ciudades y trabajó en el diario
Página12 junto a Osvaldo Bayer, Juan Sasturain, entre otros. Se fue demasiado
pronto el querido “Gordo” pero no por eso su herencia deja de multiplicarse e
inspirar a muchos escritores y estudiosos de la literatura.
Cipolletti es un
lugar muy especial en la vida del literato. Allí vivió parte de su
adolescencia, los años más importantes. En esas calles polvorientas de una
incipiente ciudad, dedicaba sus horas a otro gran sueño: ser el número 9 de San
Lorenzo de Almagro. El Gráfico llegaba de Buenos Aires unos días después de su
publicación y el casi hombre se trepaba con agilidad al famoso peral “Rosebud”,
donde pasaba horas de lectura imaginando los mejores trabajos de su futuro.
Todavía en los bares
de Cipolletti, vecinos que lo conocieron siguen discutiendo si hizo o no aquel
gol que grafica en las narraciones. Muchos poseen recuerdos entrañables, otros
discuten y agregan anécdotas. Todos coinciden en la Motom de 49 centímetros
cúbicos con la que recorría las calles y rumiaba a la hora de la siesta para
luego contar las hazañas con ella en la confitería Zoia. Era su compañera fiel como lo fueron las
palabras y la memoria que le permitieron pasar más rápido la estadía fuera del país.
El escritor y
periodista Pablo Montanaro un día tomó una decisión, fruto de una profunda
admiración: escribir el libro “Osvaldo Soriano: Los años felices en Cipolletti”,
que se presentó el año pasado en la
Feria del Libro en esta ciudad. Montanaro empezó a recopilar testimonios,
datos, fotos y a encontrar los lugares narrados. Un trabajo muy difícil pero
que dio como resultado una biografía, una brújula en la telaraña de estrellas
que el escritor tomó de de su imaginación y de la realidad.
Los testimonios
permiten encontrar las raíces literarias de Soriano. Las que lo fueron tomando
poco a poco, a medida que iba creciendo, junto a la inspiración y a la
necesidad quemante de darlo todo mediante el arte de contar historias. Con una
tensión narrativa sin igual, cuentos como “El penal más largo del mundo” fueron
producto de un recuerdo que no tenían otra función que mantenerlo vivo. Montanaro
encuentra una relación entre aquellos momentos inolvidables en Cipolletti y la
concreción del relato. Un lazo embrionario que le permitió al escritor hallar
más tarde los elementos necesarios y la destreza en la madurez.
En mayo de 1956,
José y Eugenia Soriano llegaron a Cipolletti junto al pequeño Osvaldo, que
viviría en un verdadero “Far West” como imaginaba al ver las películas de cowboys.
Por ese entonces existían solo tres entretenimientos: el cine, las carreras de
motos y el fútbol. No había asfalto y las tardes se debatían entre pegarle a la
pelota con los amigos y el tiempo eterno arriba del peral de la casa.
A pesar de las
palabras del mismo escritor, los amigos de ese entonces desmienten sus
cualidades de futbolista. Eduardo Garnero decía “nunca fue un goleador, sino
que fue un patadura del montón, como muchos de los muchachos que jugábamos”.
Cesar Iachetti, otro de sus compañeros de secundaria, decía que el “Gordo” poseía
un gran entusiasmo pero estaba lejos del crack que él decía ser. Estos
testimonios no hacen otra cosa que demostrar la verdadera habilidad: la de
transformar en leyenda las pequeñas cosas de la vida con el talento de un
orfebre que descubre el poder de la palabra.
En la esquina de Mengelle
y Alem, donde Soriano vivía, hoy funciona la oficina de la empresa de aguas. En
la entrada, hay una placa junto al “Rosebud” donde al acercar el oído podemos escuchar
el relato prodigioso, que la radio transmite contando la historia de un niño
que pasa uno, dos, tres rivales hasta eludir al arquero e impulsar el balón
tras la línea de gol corriendo a abrazarse con los compañeros.
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