Por Santiago Ocampos
…no persisten los aplausos
pero sigo con la misma idea
que me da el pan de tu credo
que me da tocarte a ciegas.
Te recorro o tú me recorres. Voy tocando. Voy sintiendo bajo mis yemas la respiración de la palabra que te nombra. El murmullo y el diálogo abierto. La distancia que existe entre el tú y el yo poético. La distancia que existe de ti al predicado. Es un paso de peregrino por eso te recorro. Entre los dedos la luz deja su existencia, su caricia. El poeta a tu boca le nombra su cuerpo. El poeta que habito te tiende el secreto. La maravilla de las cosas que se pierden por dejarlas de encontrar.
Los pájaros. El aleteo. La fuerza. El graznido. El árbol. La semejanza a lo creado. Lo que se crea cuando llegas. Lo que se crea cuando todavía quieres ser. Guardar tu voz. Atraparla para que me abrigue. Encontrarte bonita y que tu respuesta sea la palabra poesía. Abrazar tu luz. Mojar esa luz. Sumergirla. Empapar esa luz en los malos versos. Versos que solo se encuentran en las preguntas. En la rutina de los escritos corregidos. Con esos versos pactan por otro par de palabras tristes los poetas que dejan huellas de hombres. Demasiados hombres para pasar inadvertidos. Intento quedarme en ese otro mundo a través de ti. Como si el deseo fuera un pájaro y un árbol y un cielo, la ausencia de lo que recorro en tu presencia. Lo escrito es ansiedad, imagen, precocidad, señuelo de la fortuna.
Los pasos se vuelven lentos. Los pasos que se sienten a pesar del cuerpo. No puedo moverme. No puedo sostenerme del recuerdo porque la imagen se palpa como el viento. Como la profundidad espesa de este día. Como si la luz se quisiera ir de mis manos dejándome la sombra. Siento las flores en la luz. La voz. Lo enamorado que acude y por suerte es palabra. Es el olor del alcohol sobre el algodón. El despertarse. La ilusión. El olor del alcohol sobre el algodón. El tacto sobre mis lágrimas. Lágrimas minúsculas. Húmedas. Saladas. Me recorrían el rostro. Me lo llenaban de lluvia y me hacía creer en la lluvia. Lo materno era la paciencia. Era el sabor frío. No era la libertad. No era un insomnio más. Mis puños se cerraban. Era imagen el absoluto.
El relámpago. Un golpe estremece la tierra. El polvo. El viento. Lo tanteo y lo acepto. La tierra tiene estrellas. Las siento indefensas debajo de mis pies. La tierra tiene perfume. La tierra me acuerda de recorrer el recorrido. La tierra es encuentro de lo encontrado. La mariposa posada en la boca. En la palabra que espontáneamente aprende de la mariposa su textura. Por el contacto la poesía pronuncia tu nombre. El calor largo del exilio en tu país. De tu país viene la mariposa. Lo enamorado que pasara como si se fuera a despedirse. Me tomas y me dejas andar, me dejas y sigo caminando.
La prisa se convierte en palabra. Quisiera escribirte algo. Quisiera tu mirada para escribir la madrugada. Abrir la luz como un capullo. Un silencio es algo. Mariposa. Palabra. Nombre. Más tarde poesía. Mucho más tarde el alma. Y el cuerpo contenido en el sueño.
Los ojos se apagan con las caricias. Una pausa. Lo cercano está lejos. El tiempo se disuelve. El desierto no es la distancia. En el cuerpo percibo los huesos. Tengo los puños cerrados. El olor a alcohol sobre el algodón otra vez. Inundo mi cuerpo de memoria. Los pájaros son el recuerdo. El recuerdo vuelve a ser deseo. El desierto termina en los extremos del tacto. El desierto termina en el abrazo. En la sombra ardorosa que conlleva tener los ojos cerrados. La presencia se toca en el recorrido. Se abren las estrellas cual capullo enamorado. En tu recorrido tomo la luz, en tus páramos puedo verte, con el deseo dejo la palabra y tanteo la piel. Recorro entonces la utopía, el calor, de tus ojos que me miran porque te miro y te miro a pesar de las palabras, el páramo, la distancia, la ternura, la proximidad, lo mucho que todavía queda aún a pesar de todo.