sábado, 19 de noviembre de 2011

Alejandro Zambra

Por Santiago Ocampos


Alejandro Zambra va transformándose él en una noche oscura a medida que avanza su narración, va partiéndose como un pan,  hundido sin remedio por el sueño desganado de su inspiración  que despierta para llevárselo  a la escritura, para tomarlo, para beberlo, para dejarlo sumergido en el agua dulce de las estrellas que descienden de su boca joven,  río nocturno, con la delicia a cuestas parte de un beso, de un encuentro o de múltiples encuentros con la memoria, inventa caminos para arrancarle a la historia sus monstruos míticos, Alejandro Zambra escribe así, a tientas, con coraje, abriendo puertas una detrás de otra, como si fuera él el dueño de casa y hace un relato, una versión de los acontecimientos, y entonces es un árbol y también una mujer de  brazos largos que junta con él las hojas que el pensamiento de una generación deja caer al suelo, la forma encuentra el verso preciso por eso Santiago de Chile es una fiesta de repente cuando el escritor apura el trago, el vino y une a la mujer con la palabra para no llegar tarde a la cita, el deseo es una  luna a punto de estallar en la ventana de una época que se tragó poetas,  canciones,  ideologías y la niñez del escritor mismo, en la espera, en la desazón, en la profunda decepción de esperar, la mujer  trae a la vida, la justicia, las ganas de volver a escribir, de vivir, pero Zambra no la hace llegar a tiempo y por eso esperar se transforma en un acto privado, en algo que no puede callar por dentro ,  el amor es un movimiento que no cesa, es un ciclo, una celebración, algo vivido antes y para pasar la noche recuerda la sensación, la piel, Zambra escribe abriendo el cielo, abriéndole  las ropas con desesperación a  la literatura como un amante que ha esperado demasiado, la besa, la explora, la desarma, la recorre quedándose sin aliento y se atreve a hacerla suya abandonándola, dejándola sin dibujos ni mapas,   Zambra intuye el abandono y se anticipa a ella y por eso la hacer crecer, la corta, la viste de la imaginación de sus plantas, de sus días grises, de sus alamedas, y la inunda con agua de lluvia, y la hace inigualable, relato corto, lecho tendido, intimidad para hacerla desaparecer por sus dedos, dejándola libre por la historia chilena, con el violento rugir del Mapocho de fondo, Zambra escritor de libros lee y escribe con el silencio que dejan los vidrios después de caer, con la voz que le queda al hombre después del goce, después de dormir a solas con la literatura sin sábanas, con el alma temblando tomándose de la nada para no perderse en los laberintos de la realidad y sobrevive recordando ser un niño que un día juntó las hojas en una plaza de centenarios árboles que le perfumaban las ausencias y lo dejaban tocar la madrugada que sabía a color café, esa tarde única que aprendió  que a veces hay cosas que no tienen explicación.

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