miércoles, 29 de octubre de 2014

AMY WINEHOUSE y FERGUSON

Por Santiago Ocampos

Una voz hecha pedazos de trabajo y desencanto,
que parece llegar tirada de una cuerda invisible
de un cielo prometido lleno de lunas heridas
un lamento, una mujer sola en un escenario,
la distancia poética, la mirada
sobreviviendo  por el peso de la música contra el cuerpo
 como si toda ella fuera el sonido que arrastra un aguacero
en la infinitud de la oscuridad de la noche
la marea devora la playa, es un momento en una vida
que dura  un aplauso sostenido,  un navío de patria
 un beso de amor, un grito de abuelos, de bisabuelos
canto de guerra, de tempestad, de libertad
una melodía que sube del alma para bajar en la voz
que toma fuerzas del pasado
que es desidia, perfume, ansiedad y estallido
única,  mientras desangra el blues en sus manos,
  al mismo tiempo,  le van tejiendo una bandera
de nudos inmemoriales
 hombres y mujeres de carne y hueso, anteriores a ella
para que Amy no se rinda en la eternidad
cuando llegue al final de la función.