viernes, 27 de mayo de 2011

Con los ojos cerrados

Por Santiago Ocampos


…no persisten los aplausos
pero sigo con la misma idea
que me da el pan de tu credo
que me da tocarte a ciegas.

Te recorro o tú me recorres. Voy tocando. Voy sintiendo bajo mis yemas la respiración de la palabra que te nombra. El murmullo y el diálogo abierto. La distancia que existe entre el tú y el yo poético. La distancia que existe de ti al predicado. Es un paso de peregrino por eso te recorro. Entre los dedos la luz deja su existencia, su caricia. El poeta a tu boca le nombra su cuerpo. El poeta que habito te tiende el secreto. La maravilla de las cosas que se pierden por dejarlas de encontrar.

Los pájaros. El aleteo. La fuerza. El graznido. El árbol. La semejanza a lo creado. Lo que se crea cuando llegas. Lo que se crea cuando todavía quieres ser. Guardar tu voz. Atraparla para que me abrigue. Encontrarte bonita y que tu respuesta sea la palabra poesía. Abrazar tu luz. Mojar esa luz. Sumergirla. Empapar esa luz en los malos versos. Versos que solo se encuentran en las preguntas. En la rutina de los escritos corregidos. Con esos versos pactan por otro par de palabras tristes los poetas que dejan huellas de hombres. Demasiados hombres para pasar inadvertidos. Intento quedarme en ese otro mundo a través de ti. Como si el deseo fuera un pájaro y un árbol y un cielo, la ausencia de lo que recorro en tu presencia. Lo escrito es ansiedad, imagen, precocidad, señuelo de la fortuna.

Los pasos se vuelven lentos. Los pasos que se sienten a pesar del cuerpo. No puedo moverme. No puedo sostenerme del recuerdo porque la imagen se palpa como el viento. Como la profundidad espesa de este día. Como si la luz se quisiera ir de mis manos dejándome la sombra. Siento las flores en la luz. La voz. Lo enamorado que acude y por suerte es palabra. Es el olor del alcohol sobre el algodón. El despertarse. La ilusión. El olor del alcohol sobre el algodón. El tacto sobre mis lágrimas. Lágrimas minúsculas. Húmedas. Saladas. Me recorrían el rostro. Me lo llenaban de lluvia y me hacía creer en la lluvia. Lo materno era la paciencia. Era el sabor frío. No era la libertad. No era un insomnio más. Mis puños se cerraban. Era imagen el absoluto.

El relámpago. Un golpe estremece la tierra. El polvo. El viento. Lo tanteo y lo acepto. La tierra tiene estrellas. Las siento indefensas debajo de mis pies. La tierra tiene perfume. La tierra me acuerda de recorrer el recorrido. La tierra es encuentro de lo encontrado. La mariposa posada en la boca. En la palabra que espontáneamente aprende de la mariposa su textura. Por el contacto la poesía pronuncia tu nombre. El calor largo del exilio en tu país.  De tu país viene la mariposa. Lo enamorado que pasara como si se fuera a despedirse. Me tomas y me dejas andar, me dejas y sigo caminando.

La prisa se convierte en palabra. Quisiera escribirte algo. Quisiera tu mirada para escribir la madrugada. Abrir la luz como un capullo. Un silencio es algo. Mariposa. Palabra. Nombre. Más tarde poesía. Mucho más tarde el alma. Y el cuerpo contenido en el sueño.

Los ojos se apagan con las caricias. Una pausa. Lo cercano está lejos. El tiempo se disuelve. El desierto no es la distancia. En el cuerpo percibo los huesos. Tengo los puños cerrados. El olor a alcohol sobre el algodón otra vez. Inundo mi cuerpo de memoria. Los pájaros son el recuerdo. El recuerdo vuelve a ser deseo. El desierto termina en los extremos del tacto. El desierto termina en el abrazo. En la sombra ardorosa que conlleva tener los ojos cerrados. La presencia se toca en el recorrido. Se abren las estrellas cual capullo enamorado. En tu recorrido tomo la luz, en tus páramos puedo verte, con el deseo dejo la palabra y tanteo la piel. Recorro entonces la utopía, el calor, de tus ojos que me miran porque te miro y te miro a pesar de las palabras, el páramo, la distancia, la ternura, la proximidad, lo mucho que todavía queda aún a pesar de todo.

viernes, 20 de mayo de 2011

Fragmentos de utopías -Crítica literaria de "A para X . Una historia en cartas" de John Berger

Por Santiago Ocampos

John Berger desnudado por el otoño de la vejez, no sin cierta nostalgia, recupera el género epistolar para narrar el fragmento de una historia de amor de dos personas, A ida y Xavier, inmersas en una lucha por no dejar de ser, por no dejar de creer, que no renuncian a la libertad de hacer lo que piensan.

La cuenca narrativa se desprende como una cascada de sentimientos espesos, dulces, ásperos que cargan de densidad la atmosfera del relato.  Cartas que buscan rescatar al alma de la oscuridad que pesa en la palabra que apoya A ida en el papel con el que elige escribir. La protagonista está enamorada de un hombre que se encuentra preso por estar acusado de ser terrorista.

Entre las páginas, se teje una urdimbre de hechos sin relación aparente unos de otros, son escogidos al azar, sujetos a la imprevisibilidad del acontecer diario. El tiempo transcurre violentamente y sucede por las imágenes que la mujer esboza en su dialogo interior. La vida pasa por el propio deseo que intenta vencer a un poder que avanza sin juicio y la amenaza constantemente cada día, cada minuto.

Al ser subjetiva la construcción literaria y hundir los hechos en un yo único, individual, alumbrado por una cierta esperanza particular, cada carta es animada por el pensamiento del autor. La mujer es la llave para abrir la puerta de un mundo privado, de olores, de recuerdos, de placeres, de ropa interior, al que tenemos acceso, de alguna forma, porque somos invitados a resistir, a involucrarnos políticamente, a tomar una decisión personal.

Ambos, el preso, la mujer que cuenta y sueña, al igual que Sherezade, están unidos por un hilo invisible que los obliga a imaginar abrazos sobre sábanas limpias y arar lunas por los cielos que anuncian el ciclo fértil de un nuevo tiempo, inspirado, sudado, que demora su ardor con peculiar intensidad.

No hay grandes epopeyas ni dulzuras prolongadas. Se describen situaciones sencillas, lentas, rutinarias, omnívoras, impulsadas por una ansiedad, una agonía que connota una agitación interior, que denota la certeza próxima de una inevitable derrota de las utopías, una vez más por cierto.

John Berger celebra un amor que a pesar de la ausencia, no deshace sus nudos nocturnos, sus promesas. La palabra es utilizada tanto para definir una estrategia ideológica como para anunciar la caricia sobre una piel encendida. 

La revolución es quizás para el autor esa capacidad humana, inagotable, que es el coraje de llevar a la amada al lecho nupcial. Y eso sólo baste para cambiar el mundo.

El escritor inglés trata de descifrar en esta ingeniosa novela, la intimidad de la resistencia de cualquier orden, desterrando todo idealismo y preconcepto. De esta forma toma la memoria que le queda, después de las interminables lluvias de juventud del espíritu, para seguir narrando lo que sueña un hombre cuando cree que todo lo posible hoy es una mujer.


viernes, 13 de mayo de 2011

Beso (El Eclipse Voraz de una Tragedia Encantada)

Por Santiago Ocampos  
(Poema de mi primer libro escrito a los 18 años)


Entre mis harapos escarbo sin sentido,
vagando ilusiones,
enceguecido por el sueño de tus labios,
muriendo en la oscuridad.

Virgen de tus besos
la busco inconscientemente,
tropezando en cada paso,
por el temor de amarte.

Mi deseo acuna tu mirada pasajera
que clava dentro de mí su dulzura,
resbalándose
en mi corazón ansioso de felicidad.

Me pierdo en el horizonte de tu figura,
creo oler tu perfume,
creo poder llegar a tu encuentro
en cada suspiro.

Me convenzo.

Solo la sed de tu boca
puede apagarlo.

miércoles, 11 de mayo de 2011

Alex Benavides Vega

Por Santiago Ocampos


Alex Benavides Vega es un joven poeta chileno, heredero de la tradición literaria de Chile, que ha deslumbrado al mundo con autores como Pablo Neruda, Vicente Huidobro y Gabriela Mistral entre otros. Ellos sembraron un camino, que hoy puede distinguirse, al analizar la forma que estos nuevos escritores chilenos desarrollan.

El poeta tiene 19 años. Vive en Bulnes, una ciudad ubicada en el centro del país. Estudia Comunicación Audiovisual en la Universidad de Concepción y es un hacedor de palabras. Se distancia del Neruda escritor, sin dejar de reconocer su valía, aunque dice “en mi generación ha generado hastío, aunque hay jóvenes que toman su bandera. Me atrevo a decir que cierta fama se debe a su color político”.

Admira y persigue la estética del maestro del verso, Vicente Huidobro, al que refiere como un “descubridor de la poesía” además de haber logrado lo que llama “una desconfiguración de sí mismo”. Ante la pregunta del clásico poema Arte Poética dice al respecto que su deseo es que el verso sea una llave para trascender más allá del bien y del mal.

Empezó a escribir de forma espontánea. Mientras hablaba con su novia decidió poner en papel una conversación que estaba sosteniendo con ella.  
“Realmente no pensé que estaba escribiendo” confiesa y dice al respecto “después las cosas se fueron dando por naturaleza”. Esas primeras poesías estaban marcadas por un intenso dolor.

Respecto a su propia obra explica que “veo lo más puro y lo más sucio de mí. La dualidad misma es mi filosofía de vida, donde no existe lo bueno y lo malo, si no lo favorable y lo no favorable y donde las cosas son y no son a la vez”. Con cierto dejo de resignación  “todo se vuelve nada”.

Influenciado por la música, este escritor navega con la palabra arrastrado por el vaivén de las melodías ocasionales. Larry Mullen Jr. y Jim Morrison son compositores que han dejado una impronta imborrable en su alma. “En la mayoría del tiempo estoy conectado a ella (la música). No sabría decirte si muchos de mis escritos los he escrito enajenado por la música o no”.

Según cuenta el entrevistado, en Chile hay muchos fondos concursables para publicar. A pesar de haber compuesto su primer libro, no pensó aún en un proyecto para editarlo. En este momento, concurre a un taller literario de la ciudad de Bulnes que es coordinado por Alicia Pereda, donde fue invitado a participar en dos de las tres antologías que el grupo ha editado.

Volviendo a Escritos,  su primera obra, explica que “le puse escritos por que es la recopilación de todos mis Escritos. Porque no me siento un poeta, siento que solo escribo. Siempre les he llamado escritos a lo que hago. No lo veo como “mi primer libro”, mi primer libro está en mente, y tiene otro nombre”.

 En cuanto al momento actual literario de Chile,  Benavides Vega opina que “Chile es tierra de poetas”. Retomando el tema del compromiso social, bandera de Neruda por excelencia y al que muchos siguen, soslaya que “en la literatura particularmente el problema no son los temas, si no como son abordados… me interesa mucho la política, a mi modo de ver la política es todo, del punto de vista social, lo que se hace o se deja de hacer”.

Otro de los temas que su quehacer literario aborda con aguda urgencia es el sentido de lo sagrado. En muchos de sus trabajos podemos encontrar alusiones sobre la búsqueda de Dios. Como el mismo refiere “hay una búsqueda hacia la perfección o que pretende a la perfección o a permanecer, porque no estamos aquí para ser pasajeros de esta tierra, la vida no tendría sentido. Hay que liberarse”.

Al hablar en torno de la cultura actual comenta que “creo que la cultura es un fénix, totalmente, para mi ese fénix o ya está muerto o está a punto… sabemos que volverá pero… creo que se debe a que queremos resultados inmediatos” y frente a las diferencias entre la imagen y lo escrito, aclara que ambas son consumidas visualmente aunque provocan distintas sensaciones.

Considera que puede dejar de escribir aunque le sirve para respirar de vez cuando. “Hay veces que quieres escribir, hay veces que necesitas escribir y otras veces solo escribes”. Sueña con la sabiduría y con encontrar la verdad y como el mismo dice “pertenezco a una tardía generación x”.

De la Cruz

Volvió sin previo aviso
E irrumpió en mi cuarto
Despertó mi alma y vi en el
¡Si! A través de el
Sabia que era el
Me miro y sin yo verle me dijo
No les creas
Y se marcho como la última vez
Con una sonrisa
Sus ojos miel
Y sin previo aviso.


viernes, 6 de mayo de 2011

Cruzando del presente a la memoria - Comentario sobre La Mujer de Strasser de Hector Tizón-

Por Santiago Ocampos


Hector Tizón es un escritor rabiosamente poético. Con la misma ternura con la que acaricia la piel de una mujer y la abre en la oración como un abanico en verano, puede describir la cicatriz de una herida de bala supurante. El trabajo literario de sus novelas permite que las palabras retornen de su exilio semántico para darles la misión de describir la intimidad de sus personajes.

La Mujer de Strasser versa sobre la construcción de un puente en un recóndito paraje del norte argentino. Un ingeniero y su mujer huyen de la Segunda Guerra Mundial abandonando todo para volver a dar cuerda al reloj de la vida, a partir de una intensa reflexión acerca del miedo y del amor.

Wilhem Strasser, el refugiado y a  cargo de la obra, aparece frente a los lectores,  por medio de sus gestos y su casi irrenunciable tarea de no renunciar a la utopía. En el avance de la narración, el deseo de vivir se le irá esfumando de los dedos y su semblante adquirirá los contornos del paisaje.

Hilde, la mujer del ingeniero, se ve obligada a afrontar un pequeño viaje dentro de sí misma. Rodeada de hombres, su mente naufragará en un constante devenir entre el presente y el pasado. Arropada por el calor de sus sueños, sólo atina a desandar la memoria con los pies descalzos y saciar así su propia sed femenina. Con dolor toma conciencia de la soledad que la rodea que prolonga la infinitud de los días.

Janos, amigo de la pareja, intercederá por los lectores en la novela y a través de sus palabras, intentará darle al lector la noción del tiempo del relato. Atormentado por un pasado combatiendo en la Guerra Civil Española donde conoció la muerte, este hombre de carácter hosco es el único que no huye de la realidad, al menos no lo intenta.

Héctor Tizón, cuál si fuera un alfarero, va dando forma al alma humana con el barro de su propia memoria y sus personajes están sumidos en la urdimbre de los recuerdos que escuchó a lo largo de la vida. Sumergidos en un mundo interior tan inhóspito como el exterior, los protagonistas no están atados a ningún tipo de cronología posible porque son un momento en la imaginación del autor.

 El puente es un pretexto para cruzar entre lo que es y lo que fue, entre la vida y la muerte, entre el amor consumado y el que queda como vino en el fondo de un vaso, y también para acercarnos una historia, un retrato de la propia simiente del escritor que incorpora a su mundo ficcional las palabras con las que construye las imágenes de su propio abuelo y de Yala, su pueblo natal.