viernes, 19 de agosto de 2011

Imaginación

Por Santiago Ocampos


Imagina. Corrijo, imagino. El ángel le sirve el tazón de la vida. La acomoda en su silla. Le muda la voz al sueño de ayer y de hoy. Le presta las alas, un rato, para saltar en la soga del tiempo perfecto. Ese tiempo que solo vive del momento. Que juega en la infancia hasta que, la pedrada de la inocencia, lo hace desaparecer. Ella besa el vientre, su lágrima lo hace dormir. Le acaricia el silencio del futuro.

Hay horas, libre albedrío. La ternura improvisa. El caliente sabor de la leche aprieta con firmeza el destino. Es  dos mil y tantos, no importa. Sucede. El cielo va cayendo en el llanto, va salpicando de estrellas el cuerpo, los abrazos, el paraíso, al quejido empalagado de aire fresco, de perfume rico. Un parto de algodón, un poeta guardando la palabra en el cajón de la mesita de luz.

Y ahora baila, mueve las manitos. Toca la mirada, al sol de los ojos de su madre. Habla y susurra, intenta abrir la puerta. Salta y juega con el beso de la noche, que es un unicornio pisando en la llanura fértil del regazo cálido de los abrazos del misterio.

Sueña ella, ebria de cotidianidad irremediable, no lo sé. Sentada, en la ventana, mira la calle. Cae de la escalera, del caracol de la palabra. Vuelve, viene, se acerca, improvisa. Rompe las hojas del libro, lo vuelve a escribir. Se acerca. Llora. Espera. Santiago anuda una sinfonía de quiero y puedo. De caprichos solubles en mamá.

El árbol crece. Se enreda, atrapa el amanecer. Lo consuela. Le muerde la boca, lo calla. Lo alimenta, el poema va naciendo en esa unión de símbolos. Va subiendo la escalera, el árbol, ella, el amanecer, yo. Abro los años, lo invisible, lo indescifrable. El vino se derrama. La comunión, la iglesia, el creyente. El sudor gotea y moja el piso. El poeta sentado, reza o mejor aún imagina que dice.

Ella, la flor, abre la ventana. Deja entrar al ángel. Llora. Una primavera se columpia, otra vez en el posible imposible. En la conclusión, en la ruptura. El frío limpia la tierra. El silencio se vuelve tenue. El espejo, los laberintos, la totalidad es aún incipiente. El corazón recupera el afecto. El amor, se derrama en la casa como un río nervioso, como sueña día tras día, palmo a palmo, tratando de conquistar su alma, el poeta.